Carta a un amigo manchego que nació entre Quintanar, El Toboso, Campo de Criptana, Tembleque y Puerto Lápice, y escribe libros sobre los quijotescos lugares
“Quizás haberlo leído varias veces, y el conocimiento geográfico de esta zona de la Mancha, me hicieron pensar que esta gran obra de humanidades podía estar escrita sobre una geografía real, sobre parte de los mismos caminos que yo tantas veces he hecho.”
“Cervantes tuvo que conocer esta parte de la Mancha, para hacer de la Mancha la patria de don Quijote, aunque poco rastro dejó de ello o se ha perdido para siempre en los numerosos incendios de archivos durante la Guerra Civil. ¿Dónde estuvo, qué hizo… ? Para mí no es esta parte de la vida del escritor lo importante, me importa su obra. ¿Por qué nos escondió el nombre del “lugar de la Mancha”? No lo sé, y seguro que no lo sabremos nunca, pero que utilizó sus conocimientos de estos lugares, parajes y caminos para poner sobre ellos conscientemente las aventuras de los personajes, no me cabe ya la menor duda. Es hasta una forma fácil de escribir, para qué voy a inventar algo que ya está inventado y perder el tiempo en ello, utilizo los caminos y parajes que conozco, lo demás sí que lo invento, podría haber pensado don Miguel. ¡Y bien que lo inventó!
Pero esto no es lo importante del Quijote, ni fue un acertijo oculto, lo importante del Quijote es el poso que deja a cada uno de los lectores para cada edad que hace su lectura. Lo importante es leer y leer esta maravillosa obra, pararse y meditar qué te quiere estar diciendo Cervantes con esta pequeña sentencia, pensamiento, o refrán de Sancho, tan actual como en su época, y como será en los siguientes cuatro siglos, al menos. Aprovecharse del loco más cuerdo y del simple más docto para entender la vida es el fin de esta obra, que tan olvidada está en su propia patria, España.”
Querido amigo:
Razones de salud me han obligado a apartarme durante varias semanas de casi todo humano quehacer (incluidos los quehaceres más placenteros), por lo que no he tenido ocasión hasta hace pocos días de leer y reflexionar sobre tu interesante e-mail.
Es muy de agradecer esa actitud abierta con la que interpretas el texto del Quijote y con la que valoras la extraordinaria obra de Arte, y la inmensa lección de vida, que nos regaló Cervantes.
La actitud de nuestro conocido catedrático de Sociología, profesor Parra Luna, es bien distinta. Pero a pesar de la gigantesca metodología matemático-cibernética y sistémica que utiliza en su libro, El enigma resuelto del Quijote, para resolver un supuesto “acertijo” dejado a los sencillos lectores del siglo XVII, la interpretación de los “datos” del texto cervantino que tú haces me parece mucho más lógica y fiel a la narración (están muy bien desarrollados los razonamientos sobre las 5 citas que hay en El Quijote del Campo de Montiel, que como argumentas con acierto no tienen por qué implicar la ubicación del pueblo del afamado Caballero en esa parte de La Mancha).
No obstante, el problema principal a mi modo de ver consiste en que los investigadores reconozcan adecuadamente los distintos niveles epistemológicos de análisis. Los “datos” que Cervantes escribe en El Quijote, aun cuando conociese muy bien La Mancha (conocimiento éste que no ha sido demostrado en estudios histórico-biográficos), no pueden ser analizados y procesados dando por hecho que son datos empíricos, objetivos. Un escritor, en el libre ejercicio de su imaginación y capacidad creativa, puede dejar en sus textos datos de muchos tipos: datos exactos, datos inexactos aproximados, datos inexactos muy poco aproximados, datos erróneos (en mayor o menor grado), “datos” medio inventados, y, sobre todo, “datos” inventados por completo. ¡¡Mezclados a su libre decisión!! No es posible saber -si él no lo revela- la veracidad de toda la ingente “información” que termina fundiendo en su crisol literario para crear una obra. Es decir, no hay forma humana de averiguar si los “datos” que un novelista deja en cada página se corresponden por completo, mucho, a medias, poco o nada, con la realidad empírica. ¡Y menos todavía si el novelista resulta ser no poco irónico!
Me parece erróneo, por tanto, poner en el mismo plano de análisis textos de carácter geográfico, como El Villuga o las Relaciones Topográficas de Felipe II, con El Quijote. Afortunadamente, don Miguel no fue un geógrafo, fue un genial “cuentacuentos”. Si se quieren realizar estudios científicos bien fundamentados, se debe diferenciar con sumo cuidado el plano de la realidad empírica y sus datos, del plano de los “datos” obtenidos en las páginas de una obra de ficción literaria (“datos” que, por definición -y salvo prueba empírica en contrario-, no pueden ser más que hipotéticos). Dicho de forma gráfica: no existe ningún dato empírico de que Rocinante y el rucio cabalgasen por La Mancha, ni a una ni a otra velocidad media, punta o de crucero. ¡Cabalgaron por la imaginación de Cervantes!
En este error de nivel epistemológico han incurrido a lo largo de cuatro siglos -y todavía siguen incurriendo- muchos ilustres cervantistas no expertos en el método científico-experimental (dicho sea con todo respeto), que han considerado y tratado el espacio-tiempo del Quijote como si fuese la realidad empírica en la que habitamos las personas de carne y hueso, y que la Ciencia y los científicos estudian con sus métodos e instrumentos de medida. Pero el del Quijote es un espacio-tiempo literario, libremente recreado a partir de múltiples informaciones y experiencias con el concurso de la imaginación, de la memoria, de las técnicas y ritmos narrativos, de los lugares comunes propios de los géneros literarios, del azar de las ideas, las prisas, los descuidos, los errores, una enorme cultura y tantas otras variables cognitivas, emocionales, literarias y circunstanciales que para crear su obra de ficción puso en juego el grandísimo artista, Miguel de Cervantes.
Por mucho que lo parezcan y nos maravillen, ni El Quijote de Cervantes, ni Las Meninas de Velázquez, son espacios-tiempo reales. Nadie en ellos camina, se desplaza, mueve, cabalga, ocupa un lugar tridimensional, sonríe, mira, ni respira, más que imaginariamente. Esto es algo tan obvio, que resulta muy sorprendente que tantos ilustres y cualificados estudiosos del Quijote se hayan metido de cabeza, como un personaje más -y sin mostrar conciencia de ello-, “dentro de la novela” (cronómetro en mano midiendo tiempos; metro, escuadra y cartabón midiendo distancias). ¡¡Los “científicos” con sus cachivaches dentro del mundo imaginario de una obra de ficción literaria convertidos en metódicas Alicias en un manchego país de maravillas!! ¿Hay prueba mayor de la magia de Cervantes…?
En este error tan claro de nivel epistemológico también se zambulle a fondo el científico social, profesor Parra Luna, que mezcla y confunde reiteradamente realidad y ficción en su libro, y está a punto de enviarnos un vídeo o un “selfie” charlando con los buenos Don Quijote y Sancho.
Que don Miguel conocía La Mancha -o estaba informado o documentado sobre ella-, si tenemos en cuenta la gran cantidad de datos literarios verosímiles que aparecen en su novela (y descontando las no pocas incongruencias espacio-temporales que hay en el texto), es una cuestión que no creo que suscite duda. Ahora bien, para que los “datos” del Quijote sobre lugares, tardanzas y distancias se pudiesen tomar de forma literal, al pie de la letra, como si fuesen datos objetivos o empíricos, y con ellos poder realizar los cálculos matemáticos oportunos para llegar a conclusiones a las que fuese correcto llamar científicas, no resulta suficiente con que Cervantes conociese La Mancha.
Para llegar a conclusiones científicas utilizando los “datos” que aparecen en El Quijote se tendrían que cumplir necesariamente dos condiciones lógicas previas: 1) que Cervantes conociese La Mancha a la perfección o casi a la perfección, como pudiera conocerla un geógrafo, un topógrafo o cualquier otro avezado profesional de la medición de mapas, terrenos y territorios, y 2)aún más importante: que Cervantes hubiese tenido la voluntad de dejar de forma sistemática esa información exacta por él conocida -supuestamente- sobre La Mancha en todas y cada una de las páginas de su narración.
Es obvio que hasta la fecha ningún cervantista, ni ningún lector, ha demostrado esas dos necesarias condiciones, por lo que cualquier investigación y conclusión a la que se llegue con los “datos” del Quijote no puede pasar del nivel de HIPÓTESIS. Investigadores como don Francisco Parra Luna y su Equipo deberían aceptar con humildad este hecho, y dejar de atribuir el carácter de “tesis científica verificada” a sus conclusiones. Muy distinto a la verificación y falsación de las ciencias empíricas es hacer interpretaciones de un texto y formular hipótesis sobre sus posibles significados. Y esto, y nada más que esto, es lo que hace el profesor Parra para fundamentar su investigación: ¡interpretar dos frases del Quijote!
Algún eminente cervantista ha calificado de baladí toda concreta localización del “lugar”. Nada más fácil para don Miguel que haber nombrado e identificado “el lugar” de La Mancha del que dijo no querer acordarse. Nada más fácil que llamar a su caballero Don Quijote de Argamasilla, o Don Quijote de Esquivias, o Don Quijote de Miguel Esteban, o Don Quijote de Alcázar, o incluso, Don Quijote de Villanueva de los Infantes. Nada más fácil que dejar datos exactos e inequívocos sobre un lugar concreto, si así lo hubiese querido. Pero no quiso. En vez de esto, su voluntad fue la de llamar a su inmortal personaje Don Quijote de La Mancha, y de forma muy clara explicó las razones en el primer capítulo de la novela: “Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde —como queda dicho— tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.”
¿Por qué entonces tanto empeño e interés localizacionista? Desde una óptica política, de los Ayuntamientos, el turismo y el ego de algún que otro erudito o académico se entiende bien, pero ¿qué puede aportar a la extraordinaria obra de Arte que creó don Miguel que “el lugar” sea éste o el de más allá? ¿Por qué no aceptar que la voluntad de Cervantes, expresada en sentido metafórico amplio, fue hacer de toda La Mancha “el lugar” de Don Quijote…?
Un abrazo.
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