La prevalencia estadística del acoso escolar se ha multiplicado de forma espectacular durante los últimos años, al mismo tiempo que la gravedad de estas conductas violentas se ha incrementado mucho por la difusión que tienen a través de Internet y las redes sociales. Prevenir el acoso escolar de los menores en un entorno de libertad no resulta fácil, por lo que requiere de un sistema de cooperación a distintos niveles.
Los padres deben transmitir a sus hijos valores positivos, y uno de los principales sin duda es el del RESPETO a otras personas. Respeto en todos los sentidos y con mayúscula. También, en un plano más práctico, deben supervisar el uso que sus hijos hacen de las nuevas tecnologías, ya sean teléfonos inteligentes (que a veces son utilizados por jóvenes y menos jóvenes de un modo francamente poco inteligente), tabletas, consolas de videojuegos y ordenadores. Hoy día se está produciendo un desfase de consecuencias educativas muy desfavorables entre el gran conocimiento que tienen los menores de todas estas tecnologías, muy rápido e intuitivo, y la dificultad de un gran número de padres para aprender a manejar estas herramientas, cuando no un abierto rechazo o tecnofobia. Este es un problema que no se producirá en la generación siguiente, pero que exige a la actual un esfuerzo educativo mayor para no dejar salvaje y sin ningún control toda la inmensa capacidad de influencia que tienen sobre los niños. Por el bien de sus hijos, los padres deberían aprender a manejarse en YouTube y Facebook, por ejemplo, para luego poder tener un control mínimo que añadir a los controles tradicionales que hicieron las generaciones de padres anteriores: salidas, amistades, consumo de sustancias, etc.
En los centros educativos el desarrollo de los protocolos y programas de prevención que ya existen debería llevar al profesorado a tener una actitud más activa en la vigilancia de las conductas de acoso, comunicando de forma rápida a los Equipos de Orientación Psicopedagógica y a la Inspección los casos en que se detecten indicios de posibles agresiones en este sentido. Las Direcciones de los colegios, por su parte, en vez de contemporizar tanto con los padres que protestan cuando se denuncian conductas poco ejemplares de sus hijos, deberían ser más firmes en su posicionamiento del lado de las potenciales víctimas de una agresión. Son cosas de niños, sí, pero también los niños pueden ser violentos y cometer delitos (en nuestra actual legislación, a partir de los 14 años ).
La Policía está realizando unas campañas encomiables de concienciación en los centros educativos, proporcionando información muy útil a profesores y alumnos. A los jueces, como siempre, les pedimos que actúen con la mayor celeridad posible.
Los servicios especializados de Salud Mental infanto-juvenil deben coordinarse con eficiencia con los Orientadores y centros educativos dando apoyo psicológico y soporte psico-social a los casos detectados o en situación de riesgo.
En fin, son muchas las cosas que entre todos se pueden hacer.
16 años es una edad dolorosamente pequeña para perder la vida.
La joven del Instituto Ciudad de Jaén de Usera, en Madrid, debería estar entre nosotros.