A lo largo de los 9 Círculos y de los 34 cantos del Infierno, Dante juzga y condena con nombre propio a más de cien personas. No muestra dudas acerca de lo justo de los crueles castigos que padecen las “almas-cuerpos” en el tétrico cono por el que desciende, aun cuando en varias ocasiones se apene o llore desconsolado.
Desde que se produjo el imaginario viaje del poeta florentino, guiado por Virgilio la noche de Jueves Santo del año 1.300, la cultura occidental ha desarrollado un sentido de la ética bastante menos tajante. Un sentido ético más benigno, más razonable, cordial y humano. Así pues, vamos a “salvar” a todos los tristes sufrientes que Dante encontró en su viaje al Averno (les encontró porque él les había situado previamente allí, siguiendo con rigor la severa conciencia moral de su época). Nuestra comprensión de la ética hoy ya no admite la terrible sentencia grabada en el dintel de La Puerta del Infierno: “¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!”
Hemos de empezar salvando al numeroso grupo de “paganos virtuosos” que Dante sitúa en el Primer Círculo (llamado también Limbo). Esta era la morada habitual de los niños no bautizados y, curiosamente, también de muchos filósofos, científicos y poetas de la Antigüedad: Aristóteles (“el maestro de los que saben” ), Sócrates, Platón, Heráclito, Séneca, Homero, Hipócrates, Galeno y el propio Virgilio. Su trabajo constante por aumentar y mejorar el conocimiento humano, su útil inventiva, grandes ideas y la belleza de sus obras, hacen que ninguno de ellos merezca estar en El Infierno, ni siquiera en el Círculo más alto o exterior. Y menos aún lo merecen los niños no bautizados: ¿cómo puede condenárseles tan pronto a un lugar sin esperanza…?
En el Segundo y Tercer Círculo Dante coloca a dos tipos de incontinentes: los lujuriosos y los glotones. Estamos de acuerdo con él en que la glotonería es peor pecado que la lujuria, porque aumenta el “colesterol malo”, el de baja densidad. En cambio, no estamos de acuerdo en que a quienes son proclives a la actividad sexual –hay gustos para todo– se les recluya en un lugar sin luz sometidos al rugido constante de un mar tempestuoso agitado por fuertes vientos. Un lugar como ese arruinaría las más bellas historias de amor y sexo que conocemos. Al amor tienden de manera natural los corazones nobles y buenos, como el propio Dante reconoce, pero nadie ha demostrado hasta ahora que al sexo lo hagan los malos e innobles corazones. Tampoco estamos de acuerdo con que a quienes devoran comida basura les caiga encima una lluvia negruzca mientras caminan por un fango pestilente. ¡Bastante tienen ya con el picadillo de hamburguesa que se comen!
Epicuro es condenado en el Sexto Círculo, el de los herejes, por tres razones: decir que el alma muere con el cuerpo al estar formada por átomos materiales, aunque sutiles; afirmar, como Demócrito, que el mundo se ha formado por la unión casual de átomos; y creer que las religiones suelen fomentar el miedo natural del hombre a la muerte con intención de controlar, primero, su conciencia, y después, su conducta. La libertad de pensamiento es un derecho esencial por el que nadie debe ser condenado al Infierno. Pero además, la ciencia y la psicología modernas han hecho muy verosímiles las ideas de Epicuro. Su filosofía hedonista (el disfrute equilibrado de todos los placeres: materiales, físicos, intelectuales, emocionales y estéticos) nunca fue del agrado de las religiones con un código moral estricto, pero ha logrado extenderse en nuestras sociedades por la vía de los hechos y del sentido común. No nos queda otro remedio que sacarle del oscuro sepulcro en el que Dante le tenía recluido, aunque si en esa fría morada hubiese podido recibir la visita de sus amigos -la amistad era para él el mayor de los placeres- es seguro que también allí habría logrado ser feliz.
Los violentos contra si mismos, los suicidas, están en el Séptimo Círculo. Según reflejan las estadísticas, aproximadamente el 90% de las personas que se suicidan tienen algún tipo de problema o enfermedad psíquica. El otro 10% forman un pequeño grupo cuya conducta se conoce como “suicidio racional”, es decir, decidido en pleno uso de las facultades mentales. Tanto en un caso como en otro, estas personas no merecen ser convertidas en troncos, ramas y plantas silvestres que sangran al quebrarse y tienen grandes dolores cuando los animales comen sus hojas. Enfermos o sanos -o quizá, ni lo uno ni lo otro-, el sufrimiento que les lleva a dejar este mundo es ya un tremendo castigo. Sería injusto por completo añadirles más.
Ulises es condenado en el Octavo Círculo por falsario, por urdir, entre muchas otras, la treta del caballo de madera que permitió conquistar Troya. Y también por dejarse llevar de su deseo de conocer el mundo, abandonando a su familia. Su conducta, sin embargo, puede entenderse mejor como la de un hombre curioso y apasionado por la vida, buen conocedor de las costumbres y usos humanos, amén de habilísimo estratega. Sacarle del Infierno no es necesario en su caso, pues él sin duda hace tiempo que se las habrá ingeniado para salir del Reino de Satán (que habita el más profundo, último y helado Noveno Círculo de los traidores) igual que supo salir del lúgubre mundo de ultratumba imaginado por la cultura griega clásica, el Hades, al que Homero le hizo descender en el canto XI de la Odisea.
El rostro y el cuerpo desnudo de los homosexuales son abrasados por una lluvia de fuego que les desfigura hasta hacerles irreconocibles. Esto ocurre en el Séptimo Círculo. La brutalidad de este castigo es de las que más nos sobrecoge. La conducta homosexual todavía no ha sido moralmente aceptada por muchas confesiones religiosas, pero sí por la sociedad civil occidental contemporánea. Los homosexuales merecen tanto respeto como los heterosexuales. Las decisiones que afectan a su vida privada y personal son libres. La Declaración Universal de Derechos Humanos proclamada por la ONU en 1.948 reconoce el derecho de las personas a no ser discriminadas por motivo de sus creencias religiosas, políticas e ideológicas, ni por su raza o sexo. Si el hombre y la mujer son iguales en cuanto a derechos, los hetero y los homosexuales deben serlo también. Primero en España, y ahora en EEUU, el matrimonio homosexual ha sido por fin legalizado. Este es sin duda un logro histórico de nuestra civilización y de nuestra cultura, un genuino acto de Justicia para con miles, millones, de personas.
¡Que lo llamen de otra manera, no matrimonio! claman algunos. Una idea francamente absurda: lo llamarán como quieran. El uso del lenguaje oral es libre, y lo fija de tarde en tarde la Real Academia Española (según la sociedad con su evolución va “dictando”).
El lenguaje y la lengua son libres. El pensamiento y la imaginación humanas, también. La fantasía con la que Dante creó el magistral icono de un Infierno infinitamente cruel puede ser corregida, mediante la razón y las leyes democráticas, para librarnos de una vez por todas de tan larga y terrible pesadilla. Han pasado 715 años… La Humanidad, hemos de reconocerlo, es lenta, muy lenta. Y corta, muy corta. Y agresiva, muy agresiva. E injusta, muy injusta. Pero hay veces, hay ocasiones, en las que alcanza grandes metas.
.