En las Olimpiadas Internacionales de Ciencias compiten cada año los mejores estudiantes de cada país poniendo en juego sus conocimientos sobre varias disciplinas científicas: Física, Matemáticas, Astronomía, Química, Informática y Biología. Y también sobre Historia, Filosofía, Lingüística o Ajedrez. Estas Olimpiadas del conocimiento no tienen ni una décima parte siquiera de la repercusión mediática que tienen las Olimpiadas deportivas, no son un “espectáculo planetario” con vistosas y millonarias ceremonias de apertura y de clausura, pero los jóvenes que participan en ellas lo hacen también con la mayor de las ilusiones.
El espíritu de lucha y competición, el agón, fue una de las principales señas de identidad de la cultura griega antigua y clásica, y desde entonces lo ha sido de la civilización Occidental. Eurípides, Sófocles y Esquilo compitieron en numerosas ocasiones, y hasta avanzada edad, en las “olimpiadas” teatrales de las Grandes Dionisias de Atenas. La mente debía desarrollarse al menos tanto como el cuerpo, pensamiento e imaginación tenían igual importancia que la fuerza de los músculos. Estos veteranos poetas -exactamente igual que los jóvenes que participaban en las competiciones atléticas- ganaron algunas veces, y otras perdieron. Antígona luchó contra Creonte, su tío, por defender el derecho a honrar la memoria de su hermano muerto, y por decir sus ideas públicamente. Perdió ante el tirano, pero ganó ante quienes durante más de dos mil años hemos tenido la fortuna de escuchar sus palabras.
El espíritu competitivo y el afán por el conocimiento científico que surgió en la ciudad jonia de Mileto en el siglo VI a.C. con los pensadores llamados “físicos”, fue desplazándose con el paso del tiempo hacia el centro de Europa, hacia la zona de influencia anglosajona. A partir de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días, según reflejan los rankings de las mejores universidades y centros de investigación del mundo, el epicentro está situado en EEUU. Y es probable que en el siglo XXII se desplace hacia el continente asiático. La vieja Europa ha terminado por dejarse imbuir en exceso de la filosofía helenística que apareció en Grecia en una época posterior de crisis de valores. Europa se ha transformado, alejándose de su origen. Los europeos nos hemos vuelto cómodos, escépticos, reposados y muy hedonistas. Puede afirmarse en efecto que Europa, no sólo Suiza, es un “gran balneario”. Algo que ha ocurrido de manera especial aquí, en el Sur, en el Mediterráneo, en el lugar donde irónicamente nació enérgico el agón griego, el espíritu de competición y lucha occidental.
España ha conseguido 17 medallas en los Juegos Olímpicos de Río 2016 que acaban de terminar. Hoy han vuelto a pisar suelo patrio muchos de nuestros atletas. Felicidades para todos, pueden sentirse orgullosos de su esfuerzo.
Sabemos de sobra que a los españoles es difícil ganarnos y sacarnos del podio en asuntos como clima, playa, sol, gastronomía, siesta, fútbol y proclividad al humor y la juerga. Es dificilísimo superarnos en hedonismo físico y emocional. En atletismo tenemos que mejorar para los próximos Juegos Olímpicos. Y en cuestiones del conocimiento, también, también.