Según la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española (DLE, 2014; el antiguo DRAE, Diccionario de la Real Academia Española, de anteriores ediciones), la palabra ‘nación’ significa:
Del lat. natio, -ōnis ‘lugar de nacimiento’, ‘pueblo, tribu’.
1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
2. f. Territorio de una nación.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
4. f. coloq. p. us. nacimiento (‖ acto de nacer). Ciego de nación.
5. m. despect. Arg. p. us. Hombre natural de una nación, contrapuesto al natural de otra.
de nación
1. loc. adj. U. para dar a entender el origen de alguien, o de dónde es natural.
Partiendo de esta definición y acepciones del Diccionario, en el contexto histórico del golpe catalán todavía en marcha contra la democracia, la nación y el Estado españoles, hace unos días mantuve con un amigo y colega, buen lector y conocedor de la Historia, un animado debate sobre la época en la que pudo haber surgido la ‘nación española’. O si se prefiere, España como nación.
Coincidimos de inmediato en el tiempo limitado que tienen los procesos históricos, no hay ninguno eterno ni tampoco los historiadores han comprobado que existan ‘unidades de destino en lo universal’, pero a diferencia de lo que ocurre con las personas, que nacemos un día concreto de un mes concreto en un año concreto, no resulta fácil establecer el momento en el que ‘nacen’ las construcciones culturales, políticas y sociales, en general, ni las relacionadas con la ‘identidad nacional’, en particular.
En el intercambio de datos e ideas llegamos a plantear seis hipótesis en nuestro intento —ya les adelanto que fallido— por resolver la duda sobre la época histórica a partir de la cuál a España se la puede considerar ‘una nación’:
1. Hipótesis prehistórica (basada fundamentalmente en el componente geográfico o territorial, en la vinculación a la madre tierra, en los grupos que vivieron antes que nosotros en el mismo lugar en el que ahora vivimos nosotros): adoptando esta perspectiva, España sería España desde los primeros poblamientos de seres humanos. Por tanto, los geniales pintores de la cueva de Altamira de hace unos 17.000 años BP (Before Present), de los que se dice que Picasso afirmó que después de ellos en el Arte todo ha sido decadencia, ¡en cierto modo eran ya… ‘españoles’!
2. Hipótesis romana: Roma aportó al territorio que llamó Hispania uno de los componentes culturales que definen la civilización occidental, el componente greco-latino, unidad en toda la península, una red de obras de ingeniería y comunicaciones, organización política, un importantísimo corpus de leyes y nuestra lengua madre, el latín. Todas estas características supusieron un salto cualitativo respecto de la etapa prehistórica y la posterior etapa de tribus celtíberas, vacceas, vettonas, lusitanas, cántabras, etc. dispersas por la península que los griegos llamaron antes Iberia. Tras dos siglos de resistencia y encarnizadas luchas de las tribus contra el civilizatorio invasor, el territorio se convirtió en una notable provincia del Imperio Romano. Se podría tomar como referencia temporal simbólica del sometimiento y consiguiente asimilación de la cultura, por ejemplo, la de la construcción del acueducto de Segovia a principios del siglo II d. C., según la última datación. ¡La Hispania Romana sería así, por vez primera hace unos 2.000 años, la ‘civilizada nación’ España!
3. Hipótesis renacentista: la reunificación del territorio bajo signo identitario y cultural cristiano realizada durante los siglos medievales de ‘reconquista’ por gentes de los Reinos autóctonos (conscientes de esta identidad frente a la de la nueva ‘cultura invasora’ musulmana, y a diferencia también de la falta de conciencia de identidad propia de aquellos a quienes los romanos llamaban hispanos), que fue culminada por Fernando II de Aragón en 1512 al anexionar el Reino de Navarra, último Reino independiente, a la Corona de Castilla (la titular legítima de esta Corona era su hija, Juana I, confinada en Tordesillas), con el posterior nombramiento testamentario al fallecer en 1516 de su nieto, Carlos I de España, como Rey de un territorio unitario que a partir de entonces será conocido en toda Europa con el nombre de Monarquía Católica o Monarquía Hispánica, supuso finalizar el larguísimo proceso de integración del segundo componente cultural que define a la civilización occidental, el cristiano. Los componentes culturales greco-latino y cristiano culminaron en este momento histórico su fusión. ¡España sería, pues, un territorio reunificado con conciencia de ‘nación occidental’ desde hace 5 siglos (501 ó 505 años)!
4. Hipótesis borbónica: hasta la aplicación tras la Guerra de Sucesión Española del último de los Decretos de Nueva Planta en 1716 por el Borbón vencedor, Felipe V (precisamente al Principado de Cataluña, que había apoyado a su rival, el Archiduque Carlos de Austria, y que tanto entonces como en la época de los antiguos Reinos medievales, siendo Condado o Condados, fue un territorio que estuvo siempre supeditado a la Corona de Aragón), no había existido durante los 2 siglos de Monarquía Hispánica unidad administrativa ni legal, sino múltiples fueros, leyes y privilegios. ¡España como ‘nación político-administrativa’ tendría por tanto 301 años de Historia!
5. Hipótesis constitucional decimonónica: aunque se entienda que ‘nación’ o ‘sentimiento’ y ‘conciencia nacional’ es una cosa, y ‘nacionalismo’ otra (este último tuvo su época de esplendor a lo largo del siglo XIX y principios del XX con la creación de los actuales ‘Estados-nación’), son las Revoluciones Americana y Francesa las que empiezan a poner fin al ‘viejo régimen’ monárquico activando los procesos nacionalistas e introduciendo el concepto de soberanía popular en los nuevos textos constitucionales. En España, la Constitución de las Cortes de Cádiz en 1812, la Pepa, recoge por primera vez (de manera parcial, pues el poder ejecutivo seguía en manos del Rey) este nuevo logro histórico. ¡La ‘nación española constituyente’ tendría 205 años!
6. Hipótesis democrática: hasta la Constitución republicana de 1931 no se reconoció en ninguno de la casi decena de intentos realizados a lo largo del siglo XIX entre proyectos, nuevas Constituciones y Constituciones no promulgadas, que la soberanía pertenece por completo a los ciudadanos, al pueblo (la Constitución norteamericana hizo este reconocimiento en… ¡1787! ratificado luego con rapidez en cada Estado en nombre de We the People, Nosotros el Pueblo, a diferencia de las enormes resistencias y dificultades durante nada menos que dos siglos, el XIX y el XX, que tuvimos en España para implantar las mismas ideas en nuestro sistema político de Poder). Tras cinco años de vida, se produjo la Guerra Civil y el lamentable paréntesis democrático a que dio lugar el general Franco. Hasta que varias décadas después vimos nacer la Constitución de 1978. ¡España como ‘nación democrática’ tiene tan sólo 44 años!
En fin, en el diálogo hicimos interpretaciones muy distintas, pero creo que no somos los únicos en reflejar la diversidad de puntos de vista sobre nuestro país. Entre los expertos, hispanistas e historiadores, y entre los ciudadanos, seguro que hay muchas otras opiniones y criterios.
Volvamos a lo que dice el Diccionario de la lengua española. Si tener un Gobierno propio (se entiende que autónomo —no confundir con autonómico—, soberano al 100%) es un criterio exigible para considerar a una ‘nación’ como tal, según la acepción 1, Cataluña ni es una nación ni lo ha sido nunca. Si nos guiamos por la etimología (lugar de nacimiento, pueblo, tribu) y por las acepciones 2, 3 y 4, entonces no sólo Cataluña sino centenares o miles de territorios en Europa y en todo el mundo podrían reclamarse como ‘naciones’.
El ‘nacimiento’ de una larga construcción cultural, histórica, social, política, legal, militar, lingüística, cognitiva y emocional es muy complejo, aunque ningún país pone en duda hoy día que España es una veterana nación histórica y una joven nación democrática. El sujeto de la soberanía popular somos todos los ciudadanos. Es natural, por tanto, que quienes nos reconocemos identitariamente como españoles —a partir de un momento u otro de la Historia no es lo más importante— no queramos que nadie rompa nuestra nación. Y menos aún de manera unilateral y antidemocrática, sin tener el mínimo respeto de contar con nosotros. La democracia es para todos, la veteranía un valioso grado. El paso del tiempo, la Historia, tiene la poderosa capacidad de conciliar e integrar pretéritos contrarios. Quienes en determinados momentos han sido dolorosos rivales, invasores o enemigos, pueden terminar siendo parte fundamental de nosotros mismos. La cultura suaviza y difumina los límites temporales precisos, los principios y los finales, incluyendo la temporalidad de dinámicas y procesos concretos en otras más amplias, de mayores dimensiones. Un grave conflicto capaz de absorber el total de nuestra energía provocando rechazo y odio, puede pasar sereno, sintónico, a nuestra memoria. La guerra deja paso a la adaptación, el choque de identidades al mosaico de identidades. Las aportaciones culturales que después de los romanos hicieron en España los visigodos y otros pueblos centro-europeos, así como el enorme y precioso bagaje cultural que trajo y nos dejó Al-Ándalus, forman ya, junto con las de los pobladores anteriores y posteriores, antepasados en la misma madre tierra, parte esencial de la identidad individual y colectiva que tenemos. La Alhambra de Granada no es menos nuestra que la catedral de León, las ciudades griega y romana de Ampurias, la Universidad de Salamanca, la Sinagoga del Tránsito de Toledo o el Guggenheim de Bilbao. No sólo en el relato del pasado, en el diálogo del presente también cabemos todos.
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