Del trastorno o locura literarios que con tanto realismo Cervantes construye para el personaje Don Quijote es fácil hacer, por similitud o analogía con lo que a veces les ocurre a las personas en el mundo real, un ‘diagnóstico psiquiátrico’, pero el ‘funcionamiento mental’ de Sancho Panza resulta en cambio más difícil de calibrar en este sentido. Si pensamos que el personaje reproduce algún tipo de ‘alteración’, alguna forma de ‘locura’, la suya sería la que en las clasificaciones de enfermedades mentales se llama trastorno de ideas delirantes inducidas, delirio compartido, psicosis simbiótica, síntomas delirantes en la pareja de un individuo con trastorno delirante o folie à deux (locura de dos).
¿Tiene Sancho este ‘trastorno’? Lo iremos viendo a lo largo de los capítulos, aunque en el pertinaz debate que ahora mantiene con su mujer se ponen ya de manifiesto muchas cosas.
La entrada en escena en la Segunda parte del Quijote de Teresa Panza (Teresa Cascajo por razón de padre, llamada en la Primera parte Juana Gutiérrez, y en el mismo capítulo pocas líneas después, Mari Gutiérrez, en distinta ocasión, Sancha, y muchas, oíslo, hermana y amiga) es muy poderosa.
Teresa discute largo y tendido de igual a igual con Sancho Panza (demostrando ser ambos dos grandes y fundamentados cabezotas) sobre la “necesidad” que le lleva a volver a salir por tercera vez con Don Quijote, y más aún sobre el decidido propósito que tiene el escudero de convertir a su hija Sanchica en “señoría” y “condesa”.
La posición dialéctica de Sancho tiene origen en su deseo de bienestar material. En esto se diferencia de Don Quijote, cuyas acciones altruistas y aventuras están movidas por dos ‘determinantes psíquicos’ principales: 1) el deseo de justicia, y 2) el deseo de fama universal (con la consiguiente inmortalidad ante la Historia). Sancho manifiesta primero la esperanza de encontrar otros cien escudos como en Sierra Morena. Y a continuación dice que en poco tiempo, según la idea que le ha transmitido el supuesto caballero andante, será gobernador de una “ínsula”. Está convencido por completo de poder “sacar el pie del lodo” mediante un ascenso social rápido y de grandes proporciones. Su ambición, cualitativamente distinta de la del hidalgo, es también muy grande. Teresa razona y le contesta de manera realista, sensata. Él fantasea sobre su futuro, sueña despierto, muestra ser iluso en alto grado, mientras que ella mantiene los pies en el suelo.
“–Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos: que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con gobierno (…) –A buena fe –respondió Sancho– (…) que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente, que no la alcancen sino con llamarla «señoría». –Eso no, Sancho –respondió Teresa–: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.”
Y contesta el persuadido escudero:
“–Calla, boba –dijo Sancho–, que todo será usarlo dos o tres años, que después le vendrá el señorío y la gravedad como de molde (…) –Medíos, Sancho, con vuestro estado –respondió Teresa–, no os queráis alzar a mayores (…) ¡Por cierto que sería gentil cosa casar a nuestra María con un condazo, o con caballerote que cuando se le antojase la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija del destripaterrones y de la pelarruecas! ¡No en mis días, marido! (…) Traed vos dineros, Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo, que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y que le conocemos y sé que no mira de mal ojo a la mochacha; y con éste, que es nuestro igual, estará bien casada (…) y no casármela vos ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan ni ella se entienda.”
Sancho no cede. Tampoco Teresa:
“–Mira, Teresa, siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa (…) Y en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa (…) –Vos haced lo que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero seos decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. «Teresa» me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas (…) y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: «¡Mirad qué entonada va la pazpuerca! (…) Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto. Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto.”
“Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos.” Esta gran frase que pronuncia Teresa tiene un primer profundo significado para el lector, pero la inoportuna Nota 41 al texto nos lo estropea al atribuirle otro más prosaico: ‘fui partidaria de los matrimonios entre iguales’; era idea extendida en tiempos de Cervantes. Bueno, bien pensado mejor vamos a dejar en un segundo plano la precisa ecdótica aclaratoria de la RAE, y seguir creyendo que lo que quiso decir y dijo Teresa es lo primero que entendimos.
Y siguen los dos sin ceder:
“–Ahora digo –replicó Sancho– que tienes algún familiar [diablo] en ese cuerpo (…) vas huyendo de la dicha (…) ¿por qué no has de consentir y querer lo que yo quiero? –¿Sabéis por qué, marido? –respondió Teresa–. Por el refrán que dice: «¡Quien te cubre, te descubre!». Por el pobre todos pasan los ojos como de corrida, y en el rico los detienen; y si el tal rico fue un tiempo pobre, allí es el murmurar y el maldecir y el peor perseverar de los maldicientes, que los hay por esas calles a montones, como enjambres de abejas.”
Teresa finalmente cede. De forma magistral:
“–Y si este a quien la fortuna sacó del borrador de su bajeza (…) a la alteza de su prosperidad fuere bien criado, liberal y cortés con todos, y no se pusiere en cuentos con aquellos que por antigüedad son nobles, ten por cierto, Teresa, que no habrá quien se acuerde de lo que fue, sino que reverencien lo que es, si no fueren los invidiosos, de quien ninguna próspera fortuna está segura. –Yo no os entiendo, marido –replicó Teresa–: haced lo que quisiéredes y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas (…) que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, aunque sean unos porros.”
Eso sí, aprovechando que cede le pide con el mayor de los pragmatismos que se lleve con él a su hijo Sanchico:
“–Y digo que si estáis porfiando en tener gobierno, que llevéis con vos a vuestro hijo Sancho, para que desde agora le enseñéis a tener gobierno, que bien es que los hijos hereden y aprendan los oficios de sus padres.”
El doble sentido entre el tipo de gobierno en el que piensa Sancho y el gobierno de la cabeza y de sí mismo es espléndido. ¡Espléndida Teresa!
Sin llegar a la ‘ambición enfermiza’ de Don Quijote, a su idea de grandeza claramente ‘delirante’ para la época de ser un caballero andante como los de la Antigüedad y la Edad de Oro, el escudero demuestra estar mentalmente muy influenciado por él. También el lenguaje que utiliza al hablar con su mujer, sobre el que Cervantes gasta la broma irónica de decir que sus características de sutileza e ingenio están fuera del alcance de Sancho, por lo que el traductor de la historia del árabe al castellano estuvo a punto de no hacerlo al creer que este Capítulo V es apócrifo.
La “quijotización” de Sancho de la que habla Unamuno está en marcha desde el comienzo de la Segunda parte. Esta inversión o juego de roles entre los personajes ha sido destacado por varios cervantistas.
“Sancho, que se arroga el papel de DQ en relación con su mujer, habla engolado y la denuesta con cultismos como ‘mentecata’ e ‘ignorante’. Aunque el móvil de Sancho no estriba en querer implantar la justicia en la tierra, sino en el ansia de medro y consideración social, su alejamiento de la realidad lo sitúa, frente a Teresa, en un plano y actitud semejantes a los de DQ (…) [la escritura] hace de este capítulo joya del lenguaje coloquial en la literatura española.” RAFAEL LAPESA
(De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza , y otros sucesos dignos de felice recordación. Quijote, II, 5, RAE, 2015)