“–Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es éste? ¿Estamos aquí o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra.”
Después de hacerle en el capítulo anterior la peor y más cruel de las burlas, con muy notables asomos de malicia y bellaquería, Sancho Panza trata ahora de consolar a Don Quijote, al que ve muy abatido y pensativo.
El consuelo de Sancho sigue siendo socarrón, aunque parece sincero. Quiere que Don Quijote se recupere cuanto antes, pero sin que le quiten lo ‘bailao’. En ningún momento se cuestiona la tremenda burla que ha hecho a su amo. No tiene dudas sobre si fue demasiado lejos, ni se siente culpable. No existe ningún soliloquio de cristiano arrepentimiento registrado por el historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli, procedente de la ‘mente’ del escudero. Por su cabeza no pasa sincerarse ni disculparse con Don Quijote. Bien pensado, más valen tres crías de yegua en mano que ciento volando. Y tener la fiesta y las aventuras en paz, que algo más pudiese caer. Cervantes, por boca del propio Sancho, justifica el comportamiento que tiene en el capítulo anterior al hacerle partícipe de la habitual naturaleza del mundo:
“–Este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería.”
El ‘diagnóstico’ de don Miguel sobre el mundo es realista y certero, propio de un buen observador, muy caminado y ya escéptico. Distinguiéndolo de la monolítica ‘pureza heroica’ de Don Quijote (que tanto elogia Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho), Cervantes define en este capítulo de manera clara, profunda ¡y con tan solo una breve frase! el ‘lado oscuro’ de la psicología de Sancho Panza, el otro ‘héroe’. Una ‘psicología’ que no por casualidad coincide con la realidad del “mal mundo que tenemos”. El embuste, la burla, la crudeza implacable, la pícara bellaquería, la maldad y la malicia que Sancho muestra en el capítulo anterior, tienen en éste su explicación.
De pronto se les cruzó en el camino una extraña carreta con “recitantes” o actores. El auto sacramental que venían de representar en un pueblo, todavía vestidos, e iban a hacerlo en otro, se llamaba “Las Cortes de la Muerte” (quizá de Lope de Vega, según nota el texto), pero bien pudo haber sido El Gran Teatro del Mundo (aunque en la cronología real, Calderón lo escribió y publicó varios años después de la muerte de Cervantes).
La Muerte “con rostro humano”, sin la careta de calavera que habitualmente llevaba este personaje alegórico (nota al texto), un Demonio guiando las mulas, un Ángel con alas pintadas, un Emperador con corona que parecía de oro, un Caballero, un Soldado, Cupido sin su venda en los ojos, la mujer del director de la compañía, que iba de Reina, y otros personajes. Sorprendido, Don Quijote exige enérgico que se identifiquen. Una vez que el Demonio aclara todo, les dice:
“–Por la fe de caballero andante –respondió don Quijote– que así como vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía, y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño. Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho, que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula.”
El caballero continúa en este capítulo con una percepción de la realidad física correcta, no distorsiona ni modifica los objetos, ni la identidad de las personas que ve. Hasta ahora no tiene, como los tuvo en el pasado, ‘trastornos perceptivos psicóticos’. Y no solo esto, además se declara desde joven como gran aficionado al teatro.
¡Don Quijote aficionado al teatro! ¡Su segunda afición literaria! La más conocida, la que pone en marcha su acción por los caminos con su imaginaria identidad, es la de los libros de caballerías. La del teatro es más temprana. Y podríamos aventurar que también más genuina, pues quizá represente la inclinación que desde siempre tuvo por él Cervantes. Don Miguel consiguió éxito de público con su obra narrativa (el de crítica llegó bastante más tarde, porque en un primer momento se consideró que la literatura que hacía era de mero entretenimiento, de nivel secundario). En cambio, el éxito que intentó en el teatro, que era el que más deseaba, se escapó hacia Lope de Vega. Esta afición de Don Quijote y vocación de Cervantes pueden apreciarse en la indudable vis teatral que tienen tanto el caballero como el escudero, que les confiere un especial ‘relieve’ narrativo.
¡Y en estas “quiso la suerte” que llegase el loco! Vestido de “bojiganga” o “moharracho”, el bufón o personaje alegórico que en las fiestas, carnavales y procesiones representaba la Locura (nota al texto). Con traje multicolor, cascabeles y un palo con tres vejigas de vaca hinchadas en la punta para atizar a los espectadores. Y se puso frente a Don Quijote, con su lanza, armado y vestimentado de caballero andante. Doble extravagancia: de la locura y de la cordura. Loco frente a loco. Loco fingido, teatral, frente a ‘loco real’, amante del teatro. Cómicos, tragicómicos ambos. Realidad representada mediante la ficción teatral dentro de una ficción novelesca, frente a ‘realidad delirada’ dentro de la misma novelesca ficción. Partes todas, en juego de espejos, de la cambiante realidad total.
Don Quijote no se inmuta ante la Locura, ni la Locura dice nada sobre Don Quijote. Se miran, se contemplan durante unos instantes en silencio. El que entra en pánico cuando el actor empieza a dar saltos y golpes en el suelo con las vejigas, es Rocinante, que sale despavorido por los verdes campos dando con el caballero en tierra, una vez más. Sancho se apea del rucio para ayudar a su amo, momento que aprovecha el “moharracho” para subirse y atizar al jumento. Duda entonces a quién ayuda antes, pero va en auxilio del caballero. El asno asustado sale a la carrera y da con la Locura en tierra, como Don Quijote. Luego “vuelve a la querencia”, a Sancho su amo. Don Quijote se enfada y dice que va a tomar venganza de los comediantes por la afrenta de no haber sabido tratar al borrico, que al fin y al cabo también forma parte del gremio de la caballería andante. Pero el escudero, y las piedras que todos los de la compañía de la legua cogen y se disponen a lanzar si se acerca más, logra disuadirle con una mezcla de pícaras y comedidas razones: que contra “sopa de arroyo” no hay arma con la que defenderse, que no es de buenos cristianos tomar venganza, y que entre ellos no hay ningún caballero, pues todos son farsantes; y como tales, “gente favorecida”.
“–Sepa vuesa merced que, como son gentes alegres y de placer, todos los favorecen, todos los amparan, ayudan y estiman, y más siendo de aquellos de las compañías reales y de título, que todos o los más en sus trajes y compostura parecen unos príncipes.”
Sancho declina el caballeroso ofrecimiento de Don Quijote para ser él mismo el que se tome venganza del agravio que han hecho a su rucio, y el caballero le elogia con ingenuidad: Sancho discreto, Sancho bueno, Sancho cristiano… ¡Sancho sincero! Finalmente, Don Quijote cede ante el argumento de la ausencia de caballeros y de tanta farsa como hay entre las gentes de teatro. Y decide seguir “por su camino adelante” buscando “mejores y más calificadas aventuras”… ¡en el gran teatro del mundo!
(De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro o carreta de «Las Cortes de la Muerte». Quijote, II, 11, RAE, 2015)
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