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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Amor, ambición, trabajo (capítulo 13)

Después de la inesperada llegada de los nuevos supuestos caballero andante y escudero, los cuatro entran en pláticas nocturnas. Los escuderos se ponen a hablar de las penalidades de su trabajo, en las que insiste mucho –no sabemos todavía con qué intención– el del Bosque.

“Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus vidas y aquéllos sus amores, pero la historia cuenta primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos, y, así, dice que, apartándose un poco dellos, el del Bosque dijo a Sancho:
–Trabajosa vida es la que pasamos y vivimos, señor mío, estos que somos escuderos de caballeros andantes: en verdad que comemos el pan en el sudor de nuestros rostros, que es una de las maldiciones que echó Dios a nuestros primeros padres.”

Sancho Panza está de acuerdo en lo difícil y penoso del trabajo de escudero, y el del Bosque prosigue con su estrategia.

“–Todo eso se puede llevar y conllevar –dijo el del Bosque– con la esperanza que tenemos del premio; porque si demasiadamente no es desgraciado el caballero andante a quien un escudero sirve, por lo menos a pocos lances se verá premiado con un hermoso gobierno de cualque ínsula o con un condado de buen parecer.
–Yo –replicó Sancho– ya he dicho a mi amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula, y él es tan noble y tan liberal, que me le ha prometido muchas y diversas veces. (…)
–Pues en verdad que lo yerra vuesa merced –dijo el del Bosque–, a causa que los gobiernos insulanos no son todos de buena data. Algunos hay torcidos, algunos pobres, algunos malencónicos, y, finalmente, el más erguido y bien dispuesto trae consigo una pesada carga de pensamientos y de incomodidades, que pone sobre sus hombros el desdichado que le cupo en suerte. Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos cazando o pescando, que ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín y un par de galgos y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea?

Sancho le explica que no tiene rocín, pero que su jumento “vale dos veces más” que el caballo de su amo, y es “rucio” de color (‘pardo claro’; nota al texto).

“–Real y verdaderamente –respondió el del Bosque–, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas.
 –Dos tengo yo –dijo Sancho–, que se pueden presentar al papa en persona, especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.”

Y a continuación se sincera por completo sobre los intereses económicos que le han hecho salir con Don Quijote una vez más. Añadiendo a la “esperanza del premio” del gobierno de una ínsula, y hacer de Sanchica condesa, esta otra:

“–Ruego yo a Dios me saque de pecado mortal, que lo mesmo será si me saca deste peligroso oficio de escudero, en el cual he incurrido segunda vez, cebado y engañado de una bolsa con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones [moneda de oro, una de las de mayor valor; nota al texto], que me parece que a cada paso le toco con la mano y me abrazo con él y lo llevo a mi casa, y echo censos y fundo rentas y vivo como un príncipe; y el rato que en esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien sé que tiene más de loco que de caballero.”

¡Poderoso caballero es don Dinero!
¡En otra caza, en otra pesca, está la ‘mente’ de Sancho!

¡Poder y dinero, dinero y poder!

Antiguas, viejas, muy conocidas ambiciones del ser humano. Ambiciones que poseen tanto quienes nacen teniendo de uno o de ambos ya por familia, como quienes nacen y viven careciendo de los dos, que en esto casi todos se igualan. Sancho Panza no es distinto en sus ambiciones, y lo reconoce. Con esta nueva declaración explícita de sus intereses materiales, y con lo que piensa sobre su amo, vuelve a distanciarse de la posibilidad de tener un ‘delirio compartido’ con Don Quijote, una idealista folie à deux.

Poco después de reconocer abiertamente sus deseos mundanos, y ante la insistencia del escudero del Caballero del Bosque en dejar el trabajo, las aventuras, y regresar a su aldea, Sancho hace de pronto una inesperada y emocionante declaración de amor, de profundo afecto.

“–Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.
–Tonto, pero valiente –respondió el del Bosque–, y más bellaco que tonto y que valiente.
–Eso no es el mío –respondió Sancho–, digo, que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga.”

¡¡Sancho Panza quiere a Don Quijote!!

Y tampoco le importa reconocerlo. Por no tener nada de bellaco, por intentar hacer bien a todos, por no saber hacer mal, por carecer de malicia, por su sencillez. Le quiere porque el hidalgo Alonso Quijano, aunque ‘loco’, tiene unas cualidades humanas de las que carece el criado, pero que éste admira. Sancho es ignorante por su humilde condición de labrador, pero no es sencillo, es pícaro. ¡Y tiene demostrados no pocos asomos de malicia y bellaquería! La declaración de amor que hace en este capítulo es muy distinta a la retórica y fantasiosa de los caballeros andantes hacia sus platónicas damas. La suya es una ‘declaración real’, una ‘emoción real’, sentida hacia una ‘persona real’ de su mundo, un paisano y convecino. Una ‘persona’ a la que compartiendo por los caminos azar y riesgo, muchas penas y pocas alegrías, largas pláticas, día y noche, ha cogido un gran cariño por ser como es. Más hondo y más allá de todos los disparates debidos a su pintoresco ‘delirio’, le quiere como a sí mismo, como a las telas de su propio corazón. La declaración de amor de Sancho Panza por Don Quijote es conmovedora. Y este breve momento, uno de los más emocionantes del Quijote.

“–Por mi fe, hermano –replicó el del Bosque–, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a piruétanos, ni a raíces de los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no, y es tan devota mía y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.
   Y diciendo esto se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora.”

(Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos. Quijote, II, 13. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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