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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

El heroísmo (capítulo 15)

En este breve capítulo Sancho Panza no habla ni se habla sobre él, está omitido. En el anterior, Cervantes le hace compartir con Don Quijote el “engaño” a sus sentidos, a lo que ven sus propios ojos: la cara del bachiller Sansón Carrasco derribado en el suelo, y la de su compadre, Tomé Cecial, que acude gritando para que no le maten. Es decir, le hace compartir la ‘interpretación delirante’ que en ese momento hace el hidalgo Alonso Quijano de que no son sus vecinos a quienes están viendo, sino que el Caballero de los Espejos y su escudero han adoptado de repente esa apariencia debido a la magia de algún encantador enemigo. La ‘trastornada mente’ de Don Quijote interpreta la ‘realidad’ que perciben sus ojos de manera ‘psicótica’, acorde con su ‘delirio’, y Sancho comparte ahora esta interpretación. Cide Hamete Benengeli no le da oportunidad de hablar, de reflexionar o expresar dudas, ni de informar al lector sobre si todavía sigue creyendo lo mismo que su amo. En este capítulo ni siquiera se menciona a Sancho Panza. En cambio, Don Quijote camina feliz…

“En estremo contento, ufano y vanaglorioso iba don Quijote por haber alcanzado vitoria de tan valiente caballero como él se imaginaba que era el de los Espejos.”

Y de la misma manera comienza también el capítulo siguiente:

“Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada vitoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo.”

La victoria sobre el supuesto Caballero de los Espejos sirve para que el de la Triste Figura recupere el ‘ánimo’ y salga de la pesadumbre que le produjo en el Capítulo X el malicioso engaño de Sancho al hacer pasar por Dulcinea a una tosca y fea aldeana. Pero sobre todo, esta victoria reafirma su identidad imaginaria de caballero andante y renueva el proyecto de aventuras. Algo sin duda estupendo para los cervantistas y para los lectores, porque gracias al ímpetu adquirido la historia continúa… ¡y todos podemos seguir leyéndola! Desde la perspectiva de la ‘salud mental del personaje’, en cambio, la victoria sobre el bachiller Sansón Carrasco supone una auténtica calamidad: el ‘delirio de grandeza’ de Alonso Quijano y su certidumbre subjetiva salen muy reforzados. Después de un largo proceso reflexivo en los primeros capítulos de esta Segunda parte, Cervantes vuelve a poner a su personaje principal en condiciones idóneas de ‘locura’ para que comience la acción. Lo que para Cervantes es una necesidad narrativa, para los lectores es un maravilloso regalo.

Don Miguel y Cide Hamete explican acto seguido que los sorprendentes elogios que el bachiller Sansón Carrasco hace a Don Quijote en los Capítulos III y IV para que salga por tercera vez en busca de aventuras no fueron cosa suya solamente (descontando la socarronería, que esta sí), sino que antes había hablado con el cura y el barbero.

“Dice, pues, la historia que cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haber entrado primero en bureo [‘conciliábulo, deliberación, conspiración’; nota al texto] con el cura y el barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyo consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco, que dejasen salir a don Quijote, pues el detenerle parecía imposible, y que Sansón le saliese al camino como caballero andante y trabase batalla con él, pues no faltaría sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor, y así vencido don Quijote, le había de mandar el bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa y no saliese della en dos años o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa, lo cual era claro que don Quijote vencido cumpliría indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyes de la caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se le olvidasen sus vanidades o se diese lugar de buscar a su locura algún conveniente remedio.”

Una bienintencionada estrategia que ahora fracasa, pero que terminará dando resultado al final de la novela, en la playa de Barcelona. Teniendo en cuenta los escasos medios sanitarios de la época, puede considerarse aceptable el truco que idean sus tres vecinos y amigos, convertidos en el ‘equipo psicoterapéutico’ de Don Quijote. Hoy día, una estrategia de ese tipo en la clínica y la psicopatología reales se considera profesionalmente incorrecta, propia de malos psicoterapeutas. Por respeto a las personas con trastornos mentales psicóticos, ni se las engaña, ni se las da la razón como si fuesen tontos, porque no lo son, ni se hace la más mínima burla. Las alucinaciones y la ideación delirante se contrastan con razonamientos y referencias empíricas de realidad, con actitud empática, sin ánimo de confrontación ni preeminencia, se escuchan con interés y respeto, se detallan para comprenderlas mejor, aunque se manifieste que no se comparten.

La ‘estrategia terapéutica’ inicialmente bienintencionada del bachiller Sansón Carrasco cambia de signo a partir del inesperado resultado del combate, poniendo de manifiesto una vez más que la bellaquería, la malicia y la brutalidad están muy extendidas entre los personajes cervantinos (quizá porque también lo estaban entre la gente de su tiempo). El trasquilado y vapuleado bachiller muda su primera intención y propósito.

“Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el mal paradero que había tenido su camino, dijo al bachiller:
–Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos; él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora cuál es más loco, el que lo es por no poder menos o el que lo es por su voluntad.
A lo que respondió Sansón:
–La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.
–Pues así es –dijo Tomé Cecial–, yo fui por mi voluntad loco cuando quise hacerme escudero de vuestra merced, y por la misma quiero dejar de serlo y volverme a mi casa.
–Eso os cumple –respondió Sansón–, porque pensar que yo he de volver a la mía hasta haber molido a palos a don Quijote es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza, que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.”

Unamuno, en su Vida de don Quijote y Sancho (1905), vuelve a hacer en este capítulo un comentario muy elogioso del heroísmo del caballero andante, y muy crítico contra el bachiller por Salamanca, al que tacha de maligno, envidioso, enfermo del corazón, con la voluntad loca de malas pasiones, de rencor, de soberbia, atiborrado de lugares comunes, cordura y sentido común, “locura mil veces más desatinada y más de verdad locura que la del hidalgo; locura, en fin, de pasión de hombre sensato, que son las peores y las más ponzoñosas de las locuras todas.” Tremenda crítica la del Rector a su bachiller, muy parecida a la que hace a las mujeres, a la sobrina y al ama, en el Capítulo VI. Para él Don Quijote representa aquello que considera la esencia fundamental de los seres humanos, un ideal que defiende con pasión y vehemencia en numerosas ocasiones (igual que con vehemencia y pasión arremete contra todos y contra todo lo que entiende como contrario): el ideal sagrado del heroísmo, en general, y del heroísmo místico-religioso, en particular.

Este elogio e interpretación del ‘espíritu’ o significado esencial de la novela de Cervantes coincide también en parte con los que hace Ortega y Gasset en su primer libro publicado, el ensayo inconcluso Meditaciones del Quijote (1914). Si bien la interpretación y el elogio que hace Ortega se refieren a un heroísmo laico, motor del esfuerzo puro y de la creatividad humana, además de esencia psico-histórica de la nación española.

Unamuno y Ortega eran hombres jóvenes, vigorosos, de 40 y 31 años, cuando escribieron sus respectivos libros. Vivieron en ese momento el contexto histórico y cultural de comienzos del siglo pasado. Los últimos de Filipinas habían puesto su epílogo heroico al imperio español poco antes. Después vinieron nuestra Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, y el progreso económico posterior de nuestra nación y del conjunto de las sociedades occidentales. Estamos en el 2020, en la Europa democrática, rica y tecnológica del siglo XXI. La ciencia ha avanzado con gran rapidez. El hombre pisó la luna. Watson y Crick descubrieron la doble hélice del ADN. Internet se ha hecho universal. Las teorizaciones filosóficas son ya menos metafísicas, menos totalizadoras. La odisea del ‘héroe’ Leopold Bloom, Ulysses, tuvo lugar en Dublín un día cualquiera. Las mentalidades y las ideas han evolucionado, en sus contenidos y en sus tonos y formas de expresión. Son menos campanudas, menos ingenuas, menos grandilocuentes. La gente es más pragmática, menos esencialista. Más hedonista, menos épica. El contexto histórico y cultural ha cambiado mucho en poco más de un siglo. Recordemos lo que por aquel tiempo oyó decir su hermana a Nietzsche sobre los españoles: “Han querido ser demasiado”. ¡¡Y esto lo dijo el teórico del “superhombre”!! Las respectivas interpretaciones del caballero andante que hicieron hace más de cien años nuestros dos grandes pensadores quizá también sean “demasiado”.

Desde luego, tanto Ortega como Unamuno incurren en su visión del personaje Don Quijote en una clara idealización de la locura. Una tendencia que se observa a menudo en la filosofía y en el arte. Don Quijote no es un buen modelo de heroísmo. Conviene replantear hoy esta cuestión, sin ánimo previo heroico o antiheroico. No lo es del heroísmo que demuestran todas las personas, las ‘personas comunes’, cuando afrontan día a día su vida cotidiana. Ni tampoco del heroísmo de la minoría de personas más creativas, inquietas, curiosas, atrevidas, valientes, arriesgadas, imaginativas, libres, idealistas, soñadoras, esforzadas, rebeldes, innovadoras, rompedoras. Don Quijote hoy resulta un modelo de heroísmo teatral.

Además de un imprescindible gran talento, para la creatividad humana hace falta cierto punto de idealismo, tenacidad y osadía al que suele llamarse coloquialmente: ‘un punto de locura’. “Ninguna gran mente ha existido nunca sin un toque de locura” (Aristóteles). “Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo” (Julio Cortázar). Pero una cosa es un punto, un poco, un toque de locura, o de ‘quijotismo’ (incluso varios toques, puntos y pocos de considerable suma), y otra muy distinta un trastorno psicótico delirante, un delirio de grandeza, una megalomanía. Hay personas con graves trastornos mentales que han sido o son muy creativas. Sin embargo, la inmensa mayor parte de la creatividad y del heroísmo humanos son ajenos por completo a la gran locura, a una ‘locura’ como la de Don Quijote. Su ‘fracaso vital’ no es él quien lo transforma en éxito, sino Cervantes.

(Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero. Quijote, II, 15. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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