Si consideramos a Don Quijote claramente como el primer ‘loco’ de esta grande historia, y a Sancho Panza como ‘loco posible’ (aunque hasta el momento no reúne criterios estables para el ‘diagnóstico’ de folie à deux o trastorno psicótico delirante compartido), el tercer personaje de esta Segunda parte con un perfil de ‘locura’ análogo al de los trastornos mentales del mundo real, es Basilio.
“–De todo no me queda más que decir sino que desde el punto que Basilio supo que la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste, hablando entre sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que se le ha vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son frutas, y en lo que duerme, si duerme, es en el campo, sobre la dura tierra, como animal bruto; mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra, con tal embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire le mueve la ropa. En fin, él da tales muestras de tener apasionado el corazón, que tememos todos los que le conocemos que el dar el sí mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.”
Esto dice uno de los estudiantes que junto a dos labradores encuentran en el camino, sobre cuatro pollinas, poco después de distanciarse del lugar del Caballero del Verde Gabán. Los cuatro eran de la misma aldea, y parecían venir de comprar en otra varias cosas para la gran boda que debía celebrarse al día siguiente entre el rico Camacho (de 22 años) y la hermosa Quiteria (de 18 años). Boda ordenada por el padre de la joven porque su vecino y novio desde pequeños, Basilio, al que ella corresponde, “no tenía tantos bienes de fortuna como de naturaleza.”
“–Él es el más ágil mancebo que conocemos, gran tirador de barra, luchador estremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta más que una cabra, y birla a los bolos como por encantamento; canta como una calandria, y toca una guitarra, que la hace hablar, y, sobre todo, juega una espada como el más pintado.”
“–Si vuestra merced, señor caballero, no lleva camino determinado, como no le suelen llevar los que buscan las aventuras, vuesa merced se venga con nosotros: verá una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy se habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la redonda.”
Don Quijote acepta ir a la boda intrigado por la situación, el estado de ‘locura’ del joven Basilio, y por la reacción que pueda tener. De este modo queda intercalado por primera vez un cuento corto en esta Segunda parte. “Se trata de una aventura secundaria que interrumpe momentáneamente la gesta del héroe. La técnica iniciada en la Primera parte con la inclusión de novelas cortas, se prosigue en la Segunda (a pesar de las dudas reseñadas en II, 3), sólo que estas unidades narrativas se integran ahora perfectamente en la trama del relato.” [Quijote. Lecturas del Quijote. AUGUSTIN REDONDO].
Por la descripción del extraño comportamiento de Basilio que hace el estudiante licenciado en la Universidad de Salamanca (que para Cervantes es la continua ilustre referencia del conocimiento académico de la época), cabe pensar que el joven despechado tiene algún tipo de ‘trastorno afectivo’, de ‘trastorno histero-disociativo’, o incluso un ‘brote psicótico’. De todo esto hablaremos en los dos próximos capítulos, cuando conozcamos el desenlace de la boda, y su discurso y conducta completos. Ahora vamos a mencionar tres cuestiones de notable interés sobre las que reflexionar en el presente capítulo.
La primera, un debate acerca del lenguaje que se produce a partir de la retahíla de refranes de Sancho Panza en relación a lo que pueda suceder en la boda.
“–Dios lo hará mejor –dijo Sancho–, que Dios, que da la llaga, da la medicina. Nadie sabe lo que está por venir: de aquí a mañana muchas horas hay, y en una, y aun en un momento, se cae la casa; yo he visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto; tal se acuesta sano la noche, que no se puede mover otro día. Y díganme: ¿por ventura habrá quien se alabe que tiene echado un clavo a la rodaja [rueda] de la fortuna? No, por cierto; y entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría. Denme a mí que Quiteria quiera de buen corazón y de buena voluntad a Basilio, que yo le daré a él un saco de buena ventura: que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza, riqueza, y a las lagañas, perlas.”
Don Quijote se enfada y le reprende, pero Sancho se defiende muy bien.
“–(…) Yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho, sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.
–Fiscal has de decir –dijo don Quijote–, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.
–No se apunte vuestra merced conmigo –respondió Sancho–, pues sabe que no me he criado en la corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que, ¡válgame Dios!, no hay para qué obligar al sayagués [dialecto del Sayago, comarca entre Zamora y Salamanca, fue usado por Juan del Encina para hacer hablar a sus pastores; más tarde se convirtió en el lenguaje convencionalmente tosco con que se expresaban los rústicos en el teatro; nota al texto] a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido.”
Tercia entonces uno de los estudiantes.
–Así es –dijo el licenciado–, porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor [en el claustro o en los coros de las catedrales solían reunirse damas, galanes y ociosos en general; nota al texto], y todos son toledanos. El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso. Yo, señores, por mis pecados, he estudiado cánones en Salamanca, y pícome [me enorgullezco; nota al texto] algún tanto de decir mi razón con palabras claras, llanas y significantes.”
¡Toda una declaración de estilo literario por parte de Cervantes!
La segunda, la conclusión a la que llegan sobre la relación entre fuerza, o naturaleza, y arte, después de que los dos estudiantes se desafíen y cojan unas espadas de esgrima, pensando el rudimentario bachiller, Corchuelo, que la técnica y destreza en el arte de la espada de su compañero el licenciado no tiene importancia, y puede vencerle. Pero ocurre todo lo contrario. Los mandobles del furioso bachiller son esquivados y devueltos por su ágil rival, que constantemente le pone el protector de la punta de la espada ante la cara. Finalmente, el bachiller se cansa y se da por vencido: “De despecho, cólera y rabia asió la espada por la empuñadura y arrojola por el aire con tanta fuerza, que uno de los labradores asistentes, que era escribano, que fue por ella, dio después por testimonio que la alongó de sí casi tres cuartos de legua, el cual testimonio sirve y ha servido para que se conozca y vea con toda verdad cómo la fuerza es vencida del arte.”
Caído de su burra Corchuelo según reconoce él mismo, el tercer asunto interesante en este capítulo es la distinta posición que adoptan Don Quijote y Sancho Panza sobre el amor y el matrimonio. El caballero defiende el planteamiento usual en la época, más conservador.
“–Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar –dijo don Quijote–, quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben, y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín [‘valentón irreflexivo’; nota al texto]: que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle. Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que, si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que, si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle.”
En cambio, Sancho, pese a que “el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza, riqueza, y a las lagañas, perlas”, ¡o quizá justo por este motivo!, piensa que nada ni nadie debe estorbar “que se casen los que bien se quieren”, como Quiteria con Basilio si se quieren “de buen corazón y de buena voluntad”.
La evolución y el paso de cuatro siglos no han dado la razón en estos amorosos asuntos al reflexivo Don Quijote, sino al intuitivo Sancho Panza.
(Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos. Quijote, II, 19. RAE, 2015)
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