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Fabiola, adiós a la reina católica de los belgas

El plan que había diseñado la reina Victoria Eugenia era perfecto. Aunque solo en su mente. Soñaba con casar a su nieta Pilar con el rey de los belgas, un hombre serio, con fama de triste, que dicen que se hubiera entregado al servicio de Dios si el destino no le asigna un reino. Así que la viuda de Alfonso XIII, en el exilio de Lausane, organizó cena y presentó a los jóvenes. Cuentan que la infanta Pilar se quedó impresionada, para mal, de Balduino. Y también que el monarca se prendó, para la eternidad, de una de las invitadas. Era Fabiola Fernanda de Mora y Aragón, la sexta de los siete hijos del conde de Mora y marqués de Casa Riera. Acababa así la vida casi anónima de esta aristócrata española y comenzaba la de la reina que ayer falleció a los 86 años en el castillo de Stuyvenberg, en Bruselas, donde fijó su residencia tras enviudar en 1993. Pese a fracasar su plan, la reina Victoria Eugenia bendijo la relación entre Balduino y Fabiola.
De pequeña la apodaban la ‘reina’ por sus modos, por sus formas. Y la exquisita educación que recibió hizo el resto. Antes de conocer al que fue –dijo siempre que tuvo ocasión– el amor de su vida, Fabiola ya hablaba cuatro idiomas, gracias a su paso por Suiza, Roma y París. Enfermera de formación, su servicio de entrega a los demás por sus fuertes convicciones religiosas hicieron de ella la mujer perfecta para un rey que solo empezó a sonreír tras casarse con ella. Sus inquietudes culturales la llevaron a componer un vals, a escribir cuentos… Balduino no lo dudó. En apenas unos meses celebraron boda.
Vestida con un impresionante diseño de Balenciaga, que tuvo que confeccionarse a toda prisa al filtrarse días antes los diseños del vestido original, Fabiola se convirtió en reina de los belgas el 15 de diciembre de 1960. Jueves. La ceremonia, celebrada en la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas, fue seguida por 150 millones de personas en todo el mundo. España celebró con júbilo la llegada al trono de Bélgica de una compatriota que ejerció de ello hasta que la salud se lo impidió. Inició su luna de miel en Hornachuelos (Córdoba) y raro era el verano, durante los 33 años que duró el matrimonio, que los reyes de los belgas no se dejaban ver por Motril –donde Balduino falleció de un infarto el 31 de julio de 1993– o en las residencias de Zarautz y Getaria propiedad de la familia Mora y Aragón.

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Como reyes, Balduino y Fabiola construyeron el periodo más próspero de la historia de Bélgica. Se volcaron en su pueblo, en causas solidarias y lamentaron en la intimidad de palacio cinco abortos. «Perdí cinco niños, pero he aprendido a vivir con ello», confesó ella misma. Y Balduino, el rey triste reflexionó en otra ocasión: «Nos hemos preguntado por el sentido de este sufrimiento, y poco a poco hemos ido comprendiendo que nuestro corazón estaba así más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos». Formaron un matrimonio ejemplar. En lo familiar, y también en lo institucional. Y colmaron de cariño a los hijos de Alberto y Paola, quienes le sucedieron en el trono. Felipe, el hoy rey, tenía adoración por sus tíos.

La reina Fabiola de los belgas.

La reina Fabiola de los belgas.

Mantuvo el título hasta el final, dándose la paradoja de que los belgas llegaron a tener tres reinas (Fabiola, Paola y Matilde) al tiempo. Y en estas dos décadas de viuda siguió manteniendo agenda propia. Dejó imágenes para el recuerdo, en las que daba muestra de que una aristócrata también ha de ser espontánea. Así, en la boda de los Príncipes de Asturias, alzó su abanico para responder a tanto cariño. Y en el día de la fiesta nacional belga, en 2009, sacó una manzana del bolso. Era su manera de hacer un guiño a Guillermo Tell y de reírse del anónimo que amenazaba con matarla con una ballesta.
Su popularidad se empañó el año pasado cuando trascendieron sus maniobras para escapar de la Hacienda federal: había creado una controvertida fundación para evitar un tajo de hasta el 70% en su herencia. Las críticas arreciaron. No le quedó otra que disolver la entidad y pagar. Estaba ya muy débil. Desde este verano necesitaba asistencia respiratoria. Los últimos años, postrada en una silla de ruedas, han sido de recogimiento, casi de despedida, dentro de los muros de Stuyvenberg, el palacio de las reinas viudas.

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