Mi padre es un apasionado cazador de perdices. Hasta los quince años yo iba con él todos los domingos de la veda y le acompañaba en su pasión, que también era la mía aunque en menor media.

Las perdices son unos animales complejos, en ocasiones parece que inteligentes. Corren, se esconden, vuelan con una fuerza maravillosa… Una manera de comportarse que les hace fruto del deseo de cualquier apasionado por la caza menor porque no son nada fáciles de atrapar. Cuando una de estas aves, en pleno vuelo, recibe un disparo y se sabe herida de muerte concentra las fuerzas que le quedan en volar más alto. Con ello intentan sobrevivir de alguna manera y lo que consiguen es un efecto en el que se elevan rápidamente  en forma de tirabuzón hasta que en el cénit de ese ascenso mueren y caen. A este comportamiento los cazadores le llaman hacer la torre.

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Cuando yo veía a alguna perdiz realizar este gesto me daba profunda pena. Habitualmente no veía morir a los animales sino que volaban, se escuchaba el disparo, cerraban sus alas y más tarde el perro nos los traía puesto que en la mayoría de veces no era simple cobrar los animales cazados. Ver a una perdiz hacer la torre era verla sufrir, saberse tocada de muerte, esforzarse en negar la evidencia y finalmente caer.

Hoy ha muerto durante un partido el jugador de fútbol Piermario Morosini en directo, en televisión, en unas imágenes que serán repetidas hasta la saciedad y que ya están en todos los medios de comunicación de Internet. Una grabación  trágica en la que el jugador cae y se intenta levantar por dos veces hasta que, finalmente, se desploma con un desenlace fatal. Me ha recordado a las perdices. Ambos saben que algo les ocurre pero el instinto primario les obliga a luchar por levantarse, incluso el jugador del Livorno intenta continuar corriendo para seguir la jugada después de haber caído por primera vez.

Hace años que no veo a ninguna perdiz hacer la torre y ojalá ningún jugador vuelva a morir en el terreno de juego. Ya van demasiados.