El Norte de Castilla, 23 de marzo de 2007
En algunos rincones de la ciudad podían verse, hasta no hace mucho, huellas del tranvía que tuvimos y que acabó en el sumidero de la memoria colectiva. Las puñaladas traperas a este singular medio de transporte comenzaron a finales de los años veinte por el autobús, que llegó más versátil, libertario, adaptable y progre que el mismísimo Vicente Escudero, la estrella parisina del zapateo por aquel entonces. Nostalgias aparte, llega de nuevo la idea como traída por el buhonero de las lisonjas; si antes la compró el uno, parece que ahora es la una quien opta por esta prenda tan elegante para vestir en campaña.
El tranvía fue una de las visiones más persistentes de Alberto Gutiérrez, casi hasta el hartazgo, en los años del dinero fresco, cuando vendimos el alma a Agualid. Y parece que la misma visión ilumina a Soraya Rodríguez, en espera de que asigne concejal empeñado al respecto. La novedad, si acaso, está en la inclusión del alfoz en un cotarro cuya inversión pone los pelos de punta a quien pueda tenerlos de esa guisa. Los dos partidos mayoritarios de la ciudad coquetearon con un transporte que da a Lisboa, por poner un ejemplo, ese aire tan augusto. La pena es que ya lo tuvimos una vez y lo mandamos al pairo. Es decir: que de fiar, no parece que seamos.
©Rafael Vega