El Norte de Castilla, 23 de junio de 2007
A pesar de la apropiación perpetrada por la Cristiandad de todas las fiestas primitivas, y aunque parezca increíble, el solsticio de verano mantiene intacta su paganía. Gracias a ello la hoguera que anda en vísperas no quemará brujas puestas de hongos hasta las cejas, ni científicos evolucionistas, ni matrimonios homosexuales, ni educadores para la ciudadanía, aunque le pese a la Conferencia episcopal, que vive adelantada, la pobre, al tiempo que aparenta; no es de extrañar que sufra. La hoguera de esta breve noche ha de ser, por tanto, un derroche de cosmología aplicada, una pequeña alegoría del eterno fluir que para ser entendida y aceptada no precisa fe ciega sino ojos bien abiertos. De esa guisa, en comunión perfecta con nuestros antepasados paleolíticos, acudiremos a darle de comer las miasmas mentales que han agriado esta primavera hasta el extremo, las mismas que han desquiciado las tertulias de los barrios. Habrá que ir con todas las ganas hasta el fuego para ver cómo devora de nuevo estas basuras heredadas que hacen a la humanidad caminar a trompicones. La noche pagana ha de ser también el símbolo de los valores más elevados del hombre, esos que le convierten en ciudadano, y que no son patrimonio de ninguna revelación.
©Rafael Vega