El Norte de Castilla, 13 de julio de 2007
Ayer hubo 13 heridos en el encierro de San Fermín, siete de ellos asaeteados por la cornamenta de uno de los morlacos. El caso es que la noticia, aun espeluznante, no hace mover el bigote de la Autoridad, ni de la ciudadanía toda, esa que obliga a cambiar cualquier normativa al más mínimo accidente, la misma que se espanta por las consecuencias del teflón o festeja la prohibición de los termómetros de mercurio, o ha tirado la pasta de dientes porque ha oído un decir, o bebe agua embotellada por si acaso. El toro, sin embargo, no entra en sus planes; goza de impunidad y se le permite la embestida porque las fiestas garantizan la venganza, ya tenga a bien vender caro el pellejo, como fue el caso ayer en Pamplona –y lo es todos los años en decenas de lugares– o no. El precio por la matanza, a veces previa tortura, está fijado de antemano. Nuestros pueblos se preparan para el espectáculo sangriento, atávico y aberrante de la fiesta en todas sus manifestaciones. Ya se desempolvan las talanqueras, ya están cerrados los tratos con los ganaderos, quienes dicen asegurar la supervivencia de la raza. El verano promete adrenalina y sangre. No todos los partícipes volverán enteros a sus casas, pero está asumido. ¿Desde cuándo ha sido un obstáculo la muerte de los otros?
©Rafael Vega