El Norte de Castilla, 25 de agosto de 2007
APENAS queda un respiro para saber qué estudiantes en suspenso podrán poner los pies en el suelo para continuar su camino y quiénes, sin embargo, permanecerán colgados hasta que las mandrágoras florezcan bajo su bamboleo y el olvido les permita vivir, en el peor de los casos, un futuro con tintes pretéritos. Tampoco queda tiempo para hacer acopio del material que ha de distraerse entre los pupitres, de los cuadernos que pasarán de la promesa a la decepción en la primera sesión de ejercicios, de los libros de texto confeccionados al abrigo y la presión de la dislocada legalidad vigente, bajo la sombra de las ambiciones políticas. Lavar cerebros hasta que brillen uniformes es un negocio cíclico, como las labores del campo. Y la infancia es sometida, como aquél, a las más variopintas torturas. Cada generación es una nueva camada que puede echarse a perder si un iluminado ajusta los mandos de la educación: un poco más de ciencias aplicadas, un poco menos de espíritu crítico, etcétera. Por fortuna, el ejército de ejecutores, que la Política presume a su servicio, hace a menudo lo que le viene en gana cuando cierra la puerta de su aula y blande su vocación y su experiencia. Hasta que un alumno se chiva y sus progenitores lo majan, claro.
©Rafael Vega