—¡Qué me dices!
—Lo que oyes.
—¿La calores?
—La calores.
—¡Madre de Dios! ¿Y cómo?
—Con el cuchillo jamonero. Se conoce que esta noche ha sido porque ayer la he visto yo comprando donde Parralín de todo para hacer un cocido, que ha dicho el Parralín-chico y todo: cómo se nota que hemos cobrado, y ha puesto ella cara de no haberle gustado.
—Natural. Es que el Parralín también cuando quiere…
—¿Pues no te conté que una vez le tuve que poner en su sitio, que me dijo que con clientas como yo no salía de pobre y le tuve que decir que con clientas como yo, le dije, ¿eh? que se anduviera con ojito, que salió la madre y todo, que no sale nunca… ?
—Eso al Parralín-chico. Se lo dijiste.
—Al Parralín-chico. Al chico, sí.
—Que ya no es tan chico.
—Que ya no es tan chico y que sigue ahí a la sopa boba.
—Ya me dirás tú adónde va a ir con todo lo que tiene montado y que va a ser de él.
—Pues me quedé de piedra.
—Ya lo ves tú. ¿Quién iba a decir que esa mujer…?
—Vamos, a mí me lo dices y no me lo creo.
—Pues créetelo.
—Si nunca ha hecho nada para decir…
—Pues ya ves. Con el jamonero. A mí me da un miedo…
—Yo no compro jamón por eso. Quita, quita. Que hoy le ha dado a la calores y mañana te da a ti, que no respondes y te lías con todos los de casa…
—Y yo, por qué.
—Te digo a ti como digo cualquiera.
—Yo sí compro jamón. Pero lo compro cortado.
—No es lo mismo.
—No, pero mejor así que no comprarlo nunca.
—Mujer, yo también lo compro cortado. Dile al Parralín. Pero es eso lo que te quiero decir, que es que me dan miedo esos cuchillos que ya ves, mira la calores, con el jamonero, que igual no tiene ese cuchillo y no pasa nada.
—Ya ves tú. Va a tener ahora la culpa el cuchillo.
—Pues igual.
—Pues no, porque si está de pasar va a pasar. Y lo que pasa es que la calores no tenía que haber tenido un cuchillo jamonero tan a mano. Pero ella, que no se la veía muy bien desde hace tiempo, pues mira tú.
—No, no estaba bien, no.
—Hombre, ya te digo que esto se veía venir. Lo que pasa es que no hacen caso. Pero cuántas veces hemos dicho tú y yo: mírala, mírala.
—A ver, cómo no vas a decir.
—¡Dios bendito, Dios bendito, Dios bendito!
—Vamos, no me digas.
—De piedra. Me has dejado.
—Pues iba a poner yo cocido, también…
©Rafael Vega