El Norte de Castilla, 6 de octubre de 2007
En el Museo de la Ciencia pueden contemplarse varios de los objetos que unos pocos, gracias a la financiación de muchísimos, tuvieron a bien utilizar para clavar una bandera en la Luna.
Dicho así, parece que la carrera espacial ha sido una broma, cuando nada más lejos. Dado el ritmo que llevamos, cualquier iniciativa que contribuya a poner pies en polvorosa será muy bienvenida por las futuras generaciones.
Sin embargo, resulta paradójico que durante los últimos cincuenta años algunos hayan recibido el aplauso constante por buscar el modo de sobrevivir en otro cuerpo celeste mientras muchos, quizás, se hayan llevado más de una torta por empeñarse en recuperar el que tenemos. Probablemente estos últimos sospechen que no habrá plazas para todos en ese hipotético éxodo interestelar.
En cualquier caso, la fascinación que nos invade ante nuestro ingenio para sobrevivir en los ambientes más hostiles, nuestra disposición para someternos a cualquier disciplina que facilite la tarea de conquistar el espacio, choca con nuestra negativa a hacer lo mismo por el calor, la gravedad y la atmósfera que ya disfrutamos. Por si colaba, Buckminster Fuller ya dijo en los años sesenta que la Tierra era una nave espacial. Pero no parece que haya colado.
©Rafael Vega