—Señores, por favor, concentrémonos. Llevamos tres horas y aún no tenemos nada.
La mueca del director de campaña no dejaba lugar a dudas. Las convivencias iniciadas por el partido para diseñar las líneas maestras de la próxima contienda electoral estaban acabando con sus energías en la primera sesión.
Sin embargo, su comentario apenas pudo ser escuchado por el subdirector de campaña, colocado a su derecha, y por el secretario segundo de organización que, a su izquierda, llenaba la mesa de bolitas de papel en actitud claramente contemplativa. Así que el comisario de soflamas protolegales, el ingeniero de cancanillas, la directora de reclutamiento hipnótico, el secretario adjunto para la exageración, los tres vocales para el desarrollo de la aliteración, el director del departamento creativo para la adulteración del adversario, el ingeniero informático y el abogado especialista en reinterpretación de la ley de protección del honor apenas fueron capaces de oír el lamento y la súplica del director, embebidos, como estaban, en una discusión teórico práctica sobre la apropiada inclusión en el eslogan de una alusión al tamaño del aparato reproductor del candidato.
—¡Con comparativa! Si no, no tiene sentido —afirmaba contundente el director del departamento creativo para la adulteración del adversario—. Así les cerramos la puerta al “Y yo más”; que ya nos conocemos.
—No veo por qué no —añadía el secretario adjunto para la exageración—. Esa información tiene que ser de dominio público. Estará consignada en la obligatoria declaración de bienes.
—Los datos de la declaración de bienes de los candidatos nunca son de fiar. Yo me encargo de conseguir datos verosímiles sobre el órgano enemigo —apuntó el ingeniero de cancanillas.
—No creo que haga falta —dijo el comisario de soflamas legales—. Siempre podemos contar con el buen hacer del departamento de reclutamiento hipnótico.
—Advierto de que mi departamento no admite sobrecargas —se quejó su directora—. Bastante tengo con la logística.
—Si aplicásemos la sinergia no pasarían estas cosas —barruntó uno de los vocales para el desarrollo de la aliteración mientras cogía un saladito de la bandeja abandonada en el centro de la mesa.
—Quiero decir —añadió entre salpicaduras de bonito— que si sustituimos los bocadillos de chopped entre los reclutados hipnotizables por otros de salchichas frankfurt la asociación de ideas obrará por si sola.
—No lo veo, no lo veo… —insistía la directora de reclutamiento hipnótico—.
—Eh, un momento, esa es la frase, por ahí vamos bien —dijo entusiasmado el comisario de soflamas protolegales—. “No lo veo, no lo veo…”
—No sé… Podría volverse en nuestra contra —dijo el director del departamento creativo para la adulteración del adversario—. Además, podrían demandarnos.
Todos miraron al abogado especialista de reinterpretación de la ley de protección del honor:
—En absoluto —dijo éste—. La imposibilidad de ver afecta únicamente al autor de la afirmación que, en ningún caso, sostiene que el objeto, cuya visión le es privada, no existe realmente.
Hubo un silencio prudente que el abogado optó por clausurar:
—La protección legal es absoluta, compañeros.
Un suspiro de alivio se elevó desde las gargantas de los presentes.
—Habría que trabajar en ello, entonces —propuso el director de campaña—.
—¡Por supuesto! —apoyó el subdirector mientras cogía una bolita de papel perdida por la mesa y se la metía instintivamente en el oído—.
(Continuará.)
©Rafael Vega