Mientras todos esperaban como agua de mayo la incorporación de un nuevo vocal para el desarrollo de la aliteración, la cautela campaba a sus anchas entre los miembros del comité. De nada sirvió el empeño del director de campaña por aunar intenciones y convertir la destitución del traidor, desenmascarado audazmente por el ingeniero de cancanillas durante la reunión anterior, en un Fuenteovejuna.
—Somos un equipo —decía instantes después de la defenestración—. Insisto en que todos nosotros firmemos un documento interno apoyando la decisión tomada. Si de algo puede jactarse nuestro partido es de su espíritu democrático.
—Perdona, compañero, pero el espíritu democrático no exige en ningún caso la unanimidad —precisó el director creativo para la adulteración del adversario.
—La unanimidad no es buena —añadió el primer vocal para el desarrollo de la aliteración en apoyo de su compañero.
—¿Eso qué quiere decir? —preguntó el director de campaña, que empezaba a dar muestras de agotamiento intelectual—. Se supone que estamos en el mismo barco, remamos al mismo ritmo, tomamos el mismo rumbo, arrumbamos a la misma deriva, derivamos al mismo piélago…
—Que no todos tenemos las mismas responsabilidades, capitán —dijo el comisario de soflamas protolegales—. Ni siquiera nos beneficiaremos igualmente del botín.
De entre todos los rostros de asombro enjaezados por los miembros del comité destacó el del subdirector de campaña que andaba perdido garabateando doses y treses en uno de los cuadernos de propaganda recién llegados de la imprenta. Sin duda su rostro reflejaba el espanto de una alusión directa pues tanto él como el director de la campaña andaban ubicados en la lista electoral ‘de facto’, aunque ésta no hubiese sido aún confeccionada, en un lugar privilegiado para pillar cacho tras la jornada electoral.
—Compañero, es muy ruin lo que acabas de decir —aseveró el subdirector sin apenas mover los labios—. Si te refieres a la inclusión en las listas he de decirte que los méritos de algunos de nosotros sobrepasan con creces la media. No me entretendré en hablar de los míos, que son de sobra conocidos. Pero si quieres hablamos de los tuyos.
—Ya basta —gritó el director de campaña—. El comisario de soflamas protolegales está en su derecho de apuntar el detalle de que no todos asumiremos puestos de representación tras la contienda electoral sin que pongamos por ello en duda su lealtad al partido y su disposición a contribuir a la victoria. Como posible número uno de una de las listas, lo cual me garantiza prácticamente el acta, sólo puedo agradecer el esfuerzo de todos los partidarios en esta lucha electoral. Me permito repetirlo, aunque ya hice hincapié en ello el día en que comenzaron nuestras reuniones. Pero también quisiera añadir al compañero que la lista llegaría victoriosa a puerto en su totalidad si nos esforzáramos en ello y lográramos convencer a la ciudadanía de que nuestra alternativa de gobierno es la única posible.
—Sí, señor. Hay que conseguir que nos vote todo el mundo —añadió la directora de reclutamiento hipnótico con entusiasmo.
—¡Por unanimidad! —gritó el secretario segundo de organización.
—La unanimidad no es buena —dijo el primer vocal para el desarrollo de la aliteración sin pensar en las posibles consecuencias.
©Rafael Vega