Sin duda, en otras circunstancias, el director de campaña habría incurrido en una sonora carcajada, de esas previamente ensayada, para favorecer la distensión del panorama. Pero la reprimenda telefónica del Angelcristo —así llamaban todos al pope más duro de la ejecutiva—, que lo señalaba a él como único responsable del posible caos en el comité que dirigía, se podía traducir fácilmente en una pérdida de confianza con letales consecuencias para su futuro profesional. Por supuesto, no peligraba el escaño, pero sí, y mucho, el acceso a despachos deslumbrantes y a conversaciones insustanciales que siempre revientan en una decisión tomada a tontas y a locas, muy beneficiosas para personas como él.
—Señores —dijo después de colgar su teléfono—, acaban de llamarme de arriba.
Tras lo cual hizo una mueca entre cómplice y paternal, con la aviesa intención de aparentar una supuesta inmunidad.
—No están contentos, no señor, con las noticias que reciben de este comité. Y he de decir que yo tampoco estoy satisfecho.
El equipo, al unísono, bajó la cabeza y se amohinó sobre el portafolios de polipiel con el anagrama del partido estampado en su superficie; todos, excepto los recién incorporados vocales sustitutos para el desarrollo de la aliteración, chico y chica, que continuaban con su cara de entusiastas colaboradores, apegados a la ideología y conocedores a pies juntillas del catecismo político del partido. En realidad miraban al director como si no entendiesen una sola palabra de lo que decía, aunque sus cabezas asintieran cada sonido de forma semiautomática.
—Me propongo comenzar de cero —prosiguió el director—, aunque eso no quiera decir que demos esta primera semana por perdida. Hemos aprendido una valiosísima lección —le hubiera encantado explicar que él ya la sabía de antaño y que su plural era sencillamente mayestático, pero prefirió beber un poco de agua y brindar la pausa a sus colegas para que barruntaran esa idea ellos solos—. Por fortuna, no ha llegado la sangre al río, y los graves conflictos que se nos hubiesen aparecido tarde o temprano han tenido la decencia de hacerlo tan de inmediato que pudiéramos considerarlos inofensivos. No obstante, espero que ninguno de los presentes olvide los detalles de estos días.
Miró su reloj y prosiguió:
—Hoy es viernes. Os invito a aprovechar el fin de semana para reflexionar al respecto y os pido también que confeccionéis una lista de posibles ideas para compartir el próximo lunes.
—¿Ideas sobre el programa electoral o sobre la campaña? —preguntó el ingeniero de cancanillas.
—Sobre las dos cosas, no te cortes. Ninguna idea será mal recibida.
—Lo pregunto, precisamente, para evitar el caos de estos días. Propongo que dividamos las tareas…
—Muy bien, muy bien —interrumpió el director—. Ése es el espíritu que quiero tengáis durante el fin de semana. Has dicho “Propongo” ¿No?
—Sí —afirmó el ingeniero de cancanillas con cierta cautela mientras buscaba en el gesto de sus compañeros explicación a lo que estaba sucediendo.
—Estupendo. Ya sabemos todos cuál será la primera de tus pro…pues…tas…, en la lista que confeccionarás durante el fin de se…ma…na…, y que tendrás o…por…tu…ni…dad…, de com…par…tir…, el lu…nes. ¿De acuerdo?
—Pero nosotros no tenemos la culpa… —acertó a decir la directora de reclutamiento hipnótico antes que se su voz comenzara a quebrarse—.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el director.
—Que nosotros no elegimos a los vocales expulsados —apostilló el director del departamento creativo para la adulteración del adversario.
Hubo un silencio rancio que nadie se atrevió a respirar. De ahí que, a pesar de su corta duración, a todos ellos se les hiciera interminable.
—¡Por supuesto que no, somos un equipo! —aseveró el director abriendo los brazos, tras lo cual irrumpió en una sonora carcajada, de esas ensayadas cientos de veces, de esas que casi se gripan al final del aliento, como los motores mal lubricados.
©Rafael Vega