El Norte de Castilla, 12 de enero de 2008
No sé qué ha sido más decepcionante en la semana tonta del año, si la cama que le ha hecho Fisichella a Roldán Rodríguez o la que le ha hecho la Junta al Ayuntamiento con la suspensión del Arena. Volverán las turbias voces que amenazaban, allá por mayo, en vísperas de las elecciones municipales, con la venta del Real Valladolid si, finalmente, no eran admitidos los mercaderes en el templo del fútbol. El susto fue tan mayúsculo que el alcalde y el presidente de la Diputación a punto estuvieron de darse en público un beso de tornillo. Barrunto que a esas alturas del cuento la mitad del elenco jurídico de la consejería de Fomento estaba ya carcajeándose a escondidas. Cabe explicar el mareo de esta perdiz con la arbitrariedad que envuelve toda norma. Al fin y al cabo, de eso se trataba: de hacer que la norma mirase hacia otro lado por el bien común. A la Junta, sin embargo, le cuesta creer que la bula comercial en el Arena responda a un interés público. Y eso causa sonrojo. Desde los Juegos Olímpicos hasta los torneos de petanca de los pueblos, todos los acontecimientos deportivos concilian el mercadeo con las elevadas ínfulas del espíritu deportivo. Un Arena sin comercios, un partido sin anuncios, un atleta sin patrocinios…, de eso hablan.
©Rafael Vega