Un aerolito de proporciones ridículas a escala planetaria colmó ayer por la noche cualquier fatalidad al impactar contra el Teatro Nacional de la Ópera. En otro momento esta inimaginable precisión balística habría sido una suerte, pues los palacios de la ópera suelen tener vacío su aforo durante casi todo el día. Sin embargo, sucedió en el minuto solemne de su inauguración, cuando concentraba lo más sobresaliente del mundo de la Política, las Finanzas, la Empresa, la Ciencia, la Comunicación, la Cultura, el Deporte y el Espectáculo que ha logrado acumular nuestro país.
Encabezan la luctuosa lista el Presidente de la República, el Primer Ministro y la casi totalidad del Consejo de Gobierno; le siguen las mil cien personalidades más ilustres de la nación y, claro está, sus acompañantes.
En contra de lo que pueda parecer, es inoportuno preguntarse por qué nuestros desarrollados medios de observación y vigilancia celeste no han sido capaces de detectar el objeto errante. La cuestión habría estado dirigida al director del Programa de detección temprana de meteoritos, dependiente del Observatorio Nacional para la Defensa que, según nuestros datos, ocupaba butaca en la fila treinta y dos del Teatro desaparecido. Por otra parte, asumido el hecho de que el aerolito ha viajado con total impunidad varios millones de kilómetros gracias a su pequeñez, no ha venido sino a obrar como otros tantos que alcanzaron la superficie de la Tierra en infinidad de ocasiones.
Aunque eso no significa que debamos someternos a la resignación. Por muy solemne y significativo que fuera el acontecimiento a celebrar, es obligado colegir para nuestro bien futuro que no debe haber bajo ninguna circunstancia tal concentración de personalidades en un mismo lugar.
Así ha mejorado la humanidad en todos sus quehaceres: aprendiendo de descuidos que no lo parecían hasta que una desgracia lograba desenmascararlos. Cuántos errores más habrá por ahí, emboscados, al acecho de nuestra ignorancia. Cuántas personas no han de sucumbir por trabajar en el desarrollo de los más variados avances tecnológicos, cuántos niños no habrán de terminar sus días prematuramente para mejorar la fabricación de juguetes, de envoltorios, de elementos arquitectónicos, de ensamblajes de seguridad.
Los errores son y han sido siempre la pulpa aprovechable de toda desgracia. En esta inacabable partida contra el infortunio, cada imprudencia ofrece la oportunidad de no volver a repetirla.Y abrigados por este consuelo, es oportuno señalar que la pérdida de tantas personalidades ofrece a los vivos la oportunidad y el deber de reemplazarlas. Cuántos científicos, políticos, artistas e intelectuales asombrados por la poderosa figura de los ahora difuntos, lamentaban, hasta hoy, que su biografía jamás alcanzaría la cumbre de sus ambiciones; cuántos presumíamos un eclipse perpetuo a nuestros esfuerzos por la presencia de aquellos que ahora viven tan solo en la memoria. Nunca antes se había despejado de tal modo el camino a los segundones, que habríamos logrado el éxito si no hubiéramos coincidido cronológica y geográficamente con los ahora esfumados. Quédense las víctimas con los solemnes funerales, pues los vivos, mientras tanto, colonizaremos el espacio vacío que han dejado.
Fdo: El Presidente en funciones.
©Rafael Vega