El Norte de Castilla, 31 de agosto de 2007
Javier León tiene el enemigo en casa –no en la suya propia, de la que con buen juicio nunca habla, sino en la prestada, pública y consistorial–. Antaño estas cosas no pasaban porque para eso estaba asumida la figura del cesante. Cuando un prócer cogía el bastón de mando, lo primero que hacía en la institución de turno era limpieza de operarios amohinados por su llegada. Lo segundo: reclutar a leales, dependientes, pelotas y serviles que no se hubiesen muerto de hambre durante las vacas flacas de la alternancia.
Acaso el dicho de que media España mira a la otra media mientras trabaja deba su proverbial certeza a aquellos tiempos de cesantía que tan magníficos personajes ha dado a la literatura de la desesperación desde Baroja hasta Dostoyevski. Fuera como fuese, tales purgas de ciclo corto evitaban que un técnico municipal le hiciese feos a su alcalde, cosa que tanto reglamento de la función pública y tanta garantía constitucional han arruinado definitivamente.
Ahora, sin ir más lejos, se queja el alcalde de los que tiene en urbanismo porque igual que filtran información sensible a los depredadores, le paralizan parches como el de Niña Guapa. Puede que quiera echarlos a las fieras. Aunque, claro está, parece haber olvidado que ya lo hizo.
©Rafael Vega