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Sansón

Ojos que no ven

Diseñadores comprometidos


El taller y estudio de los diseñadores de alta costura Bernardo & Pier Paolo es la envidia de la profesión. Ambos adquirieron en el centro de una ciudad sureña española la edificación abandonada de lo que fue una mítica fábrica de gaseosas y refrescos llamada ‘La Intenacional’ que, como es de suponer y a pesar del calor, hubo de cerrar en pleno verano de 1936. Los diseñadores, cuyo gusto ha sido aclamado por los cinco continentes, respetaron el carácter industrial de la edificación y lograron, con el ladrillo de las paredes y los tules de tonos pastel que tiñen la luz de los grandes ventanales, una atmósfera idónea para la creación.
Sin embargo, últimamente andan ambos sumidos en la histeria. Ellos, que han consagrado su carrera a la esencia de la mujer, a la captación del auténtico espíritu femenino en un proceso que comulga con la corriente de las ‘deconstrucciones’, se ven obligados a ponerle carne a sus esencias por culpa de una obsesión reglamentaria con el peso de las modelos que, sin duda, acabará con su impronta.
Cada boceto que dibujan ha de asumir una talla inadmisible para envolver el aliento de una ninfa o el escalofrío de una campanilla que es, a fin de cuentas, lo que ellos visten. ¿Creen los organizadores de desfiles que puede homenajearse el espíritu de la mujer si ésta ha de lucir por la pasarela, además de un vaporoso diseño, sus correspondientes carnes? Como gritó Bernardo en el éxtasis de su cabreo ante los organizadores:
—¡No me jodan, hombre: eso es como desfilar con dos trajes a la vez!
Ahora que han de ultimar la materialización de su próximo desfile no ven el modo de conciliar sus espectrales ingenios con la realidad de los cuerpos y andan ambos de acá para allá, con su abogado, buscándole los tres pies al gato de la norma. Al menos, hasta ayer.
Hoy, muy de mañana, a la puerta principal de la fábrica ha llegado un taxi del que ha salido Pier Paolo como si huyera de un incendio, aunque el conductor no va a reprochar ese mutis precipitado gracias al billete de cincuenta euros que el reputado diseñador ha abandonado en el asiento de delante con un audaz movimiento de muñeca.
Pier Paolo no saluda al portero ni a los operarios de la nave principal. Sube las escaleras de dos en dos e irrumpe en el santuario, sala donde investiga junto con su compañero los efectos de la gravedad de una tela insignificante, por ejemplo, sobre los hombros de una percha bronceada.
—Bernardo, ya lo tengo —dice solemne Pier Paolo sin dar los buenos días.
Bernardo deja sus gafas minúsculas sobre la mesa de cristal y mira con cierto desdén a su camarada:
—Ya lo tengo, Ya lo tengo… —insiste Pier Paolo con distintos tonos de voz.
—Qué.
—El desfile: ya lo tengo.
—No estoy para bromas, Piti.
—¿Tengo yo cara de broma? ¿Soy yo el de las bromas aquí? ¿Alguna…
—Vale. Dilo.
—Mi-ró.
—Miró. ¿Quieres un desfile surrealista? ¿Ahora que hemos mandado fabricar telas con rosetones?
—No, no, no. Miró, no. Miró: Toñín.
—¿Qué le pasa a Toñín?
—¿Te acuerdas que hablamos de ello? ¿De lo listísimo que es ese capullo?
—Sí. Me acuerdo. El desfile con inmigrantes sin papeles. Ya quisiéramos ser nosotros así de capullos.
—¡Exacto! ¿Tú viste el barrizal que ha montado Toñín con unos cuantos desgraciados sin papeles?
—¿Qué quieres? ¿Que lo hagamos nosotros?
—No, por Dios. Bernar, qué espeso que estás.
—¡Es que no estoy para mariconadas, Piti, perdona!
—Te oriento.
—A ver, ilumíname.
—Miró hace desfilar a unos desgraciaditos recién venidos del África tropical, les paga 150 euros a cada uno, que es lo que tú te gastas en toallitas perfumadas cada vez que vas al lavabo, se pasa por el forro de la sisa las leyes de inmigración, sale en todos los medios de comunicación y encima queda como el diseñador más solidario y comprometido del continente. ¿No es genial?
—Sí. Es para ganar el Nobel.
—¿Tú quieres ser solidario, y comprometido, y capullo, y salir en todos los medios de comunicación?
—Sí. Pero ése no es nuestro problema. El asunto que nos trae de cabecita es la talla de las prendas; te recuerdo.
—Exacto. No más anoréxicas.
—No más anoréxicas. Eso dicen los mamones de Cibeles, de Milán, de…
—Sí. Pero ¿Qué pasaría si desfilasen nuestros vestidos mujeres rescatadas de las garras del hambre, esas garras horribles que matan a miles de personas en Somalia, por ejemplo, y que dejan a las pobres nativas como espíritus de chocolate? ¿Nos criticaría la organización por rescatar a unas cuantas mujeres que tienen la masa corporal de un biombo, darles un trabajo, que nos iba a costar lo que tú gastas en toallitas, y denunciar a la vez la terrible situación que se vive en muchos lugares del tercer mundo?
—Piti…
—¿Sí?
—¡Eres un capullón!
Bernardo y Per Paolo se abrazan mientras un rayo de sol baña el santuario con una nueva luz. Más brillante, si cabe, que nunca; como si fuera la luz que anuncia una nueva era.
©Rafael Vega

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Sobre el autor

Rafael Vega, también conocido como 'Sansón' por eso de las viñetas.


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