El Norte de Castilla, 7 de septiembre de 2007
El comedor social situado frente al teatro Calderón ha sido mucho más que un refugio para indigentes. Su ubicación céntrica y su arquitectura noble conseguían tapar algunas bocas que criticaban –acaso con razón– la tendencia centrífuga de cualquier servicio destinado a la pobreza. No es agradable cruzarse con ella, ni vivir a su lado; a la pobreza le acompaña siempre la amenaza de un contagio imposible que, aun irracional, insiste y acobarda generación tras generación. Los pobres dejarán de apostarse al mediodía en la esquina redondeada de las Angustias, donde han completado el paisaje burgués del edificio con el envés de su fortuna. Son los hijos del contraste, la sombra del sueño roto, de la mala suerte. Y han de irse porque la copropiedad heredera del inmueble no considera rentable mantener el alquiler para tal fin. Los metros cuadrados han comenzado a tasarse por quilates. Y éstos, que asoman libres a la calle de todas las angustias, rezuman oro por los poros. Serán los indigentes tan poco afortunados que hasta en la silente y dolorosa petición de un plato caliente estorban al dinero, poderoso caballero capaz de arrancar a las Hermanitas de los pobres el espíritu mercantil pertinente. La paradoja sobrevuela en círculos.
©Rafael Vega