Toda la cosmología está al servicio de esta conjunción: Un lugar: Francia. Un momento: Éste mismo. Un cuerpo celeste: Ségolène. Nada pueden hacer sus oponentes para evitar el ascenso al cénit de la dama socialista. Bueno, sí. Podrían operarse o poner al frente de sus huestes a una mujer. De lo contrario, Ségolène Royal alcanzará […]
Toda la cosmología está al servicio de esta conjunción:
Un lugar: Francia.
Un momento: Éste mismo.
Un cuerpo celeste: Ségolène.
Nada pueden hacer sus oponentes para evitar el ascenso al cénit de la dama socialista. Bueno, sí. Podrían operarse o poner al frente de sus huestes a una mujer. De lo contrario, Ségolène Royal alcanzará la victoria, se pongan como se pongan sus adversarios. La razón que esgrime es indiscutible:
«Pienso que ha llegado el momento para Francia de tener una mujer presidenta».
Cualquiera diría que lo ha leído en una pirámide maya.
La de debates que ahorra el asunto. Todos aquellos que crean estar ante una presidenta del tipo Quién-lo-iba-a-decir como Zapatero, han de saber que se hallan ante la primera presidenta modelo Ya-era-hora. Es de suponer que una vez en el puente de mando acometerá los asuntos pendientes también suscritos a una cronología escandalosa. Es decir: una presidenta Ya-era-hora, sin duda ha de atajar inmediatamente las cuestiones Ya-está-bien, los asuntos hasta-cuándo y los no menos incómodos basta-ya.