El Norte de Castilla, 13 de octubre de 2007
Ha dicho nuestro alcalde que ha de ondear la bandera. Es curioso que después de tres legislaturas ejerciendo el mismo cargo haya publicado el bando patriótico justo ahora, cuando el jefe supremo de su partido ha lanzado la consigna. No importa. A pesar de no haberlo hecho antes, nadie ha dudado de su patriotismo durante los últimos doce años.
Sin embargo, él sí parece poner en solfa el de algunos ciudadanos cuando solicita esta manifestación pública de afecto a la enseña nacional. Acaso le preocupa, de repente, que no todos ellos guarden los mismos sentimientos de amor y orgullo hacia el símbolo. Pero si esto es cierto, debiera buscar la razón, en primer lugar, y alguna solución, en segundo.
Quizás haya ciudadanos reacios a hinchar pecho ante una bandera que se les antoja con lamparones, restos de manchas pretéritas que el lavado constitucional –puede que excesivamente cuidadoso, para no dañar los colores– ha sido incapaz de erradicar.
En Valladolid, todos los días, contemplamos uno de ellos sobre el cerro de San Cristóbal; un lamparón aberrante, no sólo por su referencia ideológica sino por su estética. Para el alcalde, limpiar esta mancha supone levantar una herida; para muchos ciudadanos, no hacerlo, supone mantenerla sangrante.
Rafael Vega