El Norte de Castilla, 20 de enero de 2007
Después de envilecer al fumador, cuyo estereotipo ha pasado de un Bogart a un Torrente, le toca al aficionado al vino; no al zangolotino que se estropea la memoria con calimocho, sino al curioso degustador de la cultura de la vid. El buen vino, por muy reservado, complejo, afrutado, especiado y demás panoplia literaria que tenga a bien llevar en la contra etiqueta, caerá en el mismo saco etílico que el cachi, la ginebra de garrafón y el vodka para motores diesel.
Pensará la ministra-madre que son la misma cosa; que al final, si no restringe la publicidad de todas las bebidas alcohólicas por igual, los jóvenes adictos al botellón optarán por mezclar la coca cola con un gran reserva del 87 para hacerse un calimocho valorado en 90 euros. Si es así, la pobre ministra no tiene una idea demasiado clara del poder adquisitivo que pasean nuestros jóvenes. No se lo reprocho. A juzgar por el precio de la ropa, del cine y de la música, para ser joven en España y sonreír simultáneamente hay que manejar mucha pasta.
Sin embargo, el problema está en los nuestros, los Ribera, los Toro, los Cigales, los Rueda, que van a sufrir las apreturas. ¿Podrá la Diputación, por cierto, anunciar su Museo del Vino después de la ley, o tendrá que abrir el de la gaseosa?
©Rafael Vega