El Norte de Castilla, 14 de abril de 2007
Por fin, ya era hora, nunca es tarde, los bomberos dejaron de pisarse las mangueras. Bien es cierto que apuraron hasta el último momento, cuando el fuego casi nos quema el bigote y achicharra la euforia de una ciudad que vive las benefacturas de su equipo de fútbol, no sin cierta, aunque encantadora, incredulidad.
A la amenaza pronunciada por Suárez, que habló de maletas en el mejor momento, alcalde y presidente de la Diputación hicieron los deberes con una celeridad y eficacia dignas de encomio, si no fuera porque entre ellos estaba el carro atrancado.
Los ciudadanos no sabíamos exactamente cuáles eran los motivos que propiciaban el recelo de la Diputación. Si eran evidentes, no supimos entenderlos; si eran complejos, no supieron darles cumplida explicación. Pero, por lo visto, no hay dificultad inmune al pánico, porque ahí están ahora mismo todos aquellos obstáculos diluidos como un azucarillo, las ventanillas listas al registro y las plumas a la firma.
No estaría de más que a corto plazo, con calma, que ya no hay prisa y está el susto digerido, nos llegara a todos una explicación que ponga en su sitio a cada cual. En cualquier caso, benditas sean las urnas que convierten a su paso toda laxitud en diligencia y ponen firme al político más retorcido.
©Rafael Vega