La fotografía borrosa, movida y deficiente de una niña rubia ha servido para especular durante más o menos veinticuatro horas sobre el paradero de la niña británica desaparecida en Portugal. Medio mundo ha escrutado la imagen esquiva tomada por una turista que ha dispuesto a su antojo de la intimidad del planeta, con la acostumbrada soberbia de cualquier occidental metido a explorador.
Sin embargo, y a pesar de la brevedad de una primicia que apenas ha gozado de un día de gloria, nos quedan estos cabos:
PRIMERO: Dicen que hacer fotografías en lugares exóticos no tiene mérito, que la cámara puede dispararse sin querer y, aun así, se obtendrá una imagen maravillosa. Pues bien, ésta en cuestión demuestra sin ningún género de dudas que no es cierto.
SEGUNDO: Si una imagen puede despejar una comezón colectiva (ya sea para averiguar si Maddie está viva o si el cielo está repleto de OVNIs o si el Yeti fuma tabaco rubio) será irremediablemente defectuosa, falta de luz, de nitidez, de exposición y de encuadre.
TERCERO: Aunque todos sepamos que los emperadores se pasean en pelota picada, la venta de tejidos invisibles goza de magnífica salud.
©Rafael Vega