Estas instantáneas las tomé en el solar de lo que un día fue un viejo caserón que atesoraba fortuna a la tercera generación de dilapidadores, como suele decirse; ya sabéis, aquello de que unos construyen un imperio, otros lo malgastan y el último eslabón de la cadena arrasa con todo. Las tomé en la Prehistoria, cuando casi no circulaban las cámaras digitales, así que me gasté unos incipientes euros en el revelado. Sucedió sobre 2001. El antiguo edificio estaba a cien metros de mi casa, y ahora se erige una sólida construcción de ladrillo cara vista de gas natural. Siempre me ha llamado la atención la estética que se esconde en el interior del caos (y si es en blanco y negro, mejor). Cuando los albañiles echaron abajo la vieja propiedad, quedaron al descubierto las vergüenzas. Un tiro de olores del baño, una vieja chimenea de las de hogar y lo que parecía ser el dormitorio del matrimonio, en la segunda planta. Todo quedó al descubierto, incluso los temores que asaltan a todo quisque. Aquí están.