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Roberto Carbajal

La aventura humana

En la piel del asesino

Cualquiera puede matar a alguien de la manera más tonta. Tomemos como ejemplo el de un conductor barcelonés que hace un par de años segó una vida en segundos. Conducía el vehículo y una valla publicitaria le cautivó. El anuncio estaba expuesto sobre un muro situado en una acera por la que transitaban un grupo de personas. La imagen mostraba a una modelo espectacular en ropa interior. Cuando el homicida trató de hacerse con el control del vehículo ya era demasiado tarde. Él no quería acabar con la vida de nadie pero una llamada ancestral se apoderó del ciudadano que llevaba fuera para dejar paso al animal instintivo que latía en un interior.

Antes de la guerra en la antigua Yugoslavia, Sarajevo era una capital elegante que rezumaba cultura. Aquella Bosnia-Herzegovina fue calificada como la Suiza de los Balcanes. No existía explicación a la recreación de los horrores que aún permanecían frescos tras la sistemática depuración étnica llevada a cabo por los nazis u otros asesinos en serie. El público se quedó de piedra con las prácticas ideadas por catedráticos de universidad o miembros de la cultura. Personas civilizadas que transmitían el conocimiento, leían a los clásicos o escribían poesía hacían emerger la bestia que anidaba en sus estómagos para inferir a sus semejantes una agonía plagada de sadismo. La sensibilidad y las buenas maneras dieron paso al perfil de la crueldad extrema. Existía un ajusticiamiento denominado ‘la corbata’. Consiste en horadar la garganta del enemigo, sacándole la lengua a través y dejarla colgando debajo de la mandíbula.

El ser humano es un animal primario y territorial al que las reglas o la civilización han tratado de domesticar. Como los círculos concéntricos que determinan la edad de un árbol, el Hombre conserva en el vórtice de su esencia circular el núcleo bestial que aguarda a la llamada de la sangre. Cuando un adolescente siega la vida de su novia la sociedad se estremece. El pueblo clama justicia con el mismo ardor con que podría tomársela por sí mismo. Casi nadie comprende cómo un padre que ha perdido todo lo que tenía mata a toda su familia y luego se suicida. En España existen miles de personas desaparecidas, muchas de ellas chicas que jamás volverán a respirar. En los últimos meses hemos visto al presidente del Gobierno recibir a padres de algunas de ellas clamando justicia. Son gestos políticos con intención que sometidos a la cruda realidad no conducen a ninguna parte. Asumamos que somos bestias. Quizá algún día dominemos el rincón en donde late lo peor de nosotros mismos. Podemos comenzar con la educación pero hasta que no desenmarañemos la base genética que hace saltar todas las alarmas todo habrá sido en vano. Es fácil conmoverse con el asesinato de un niño, al que sucederá una lista interminable. La cuestión es si sabemos quiénes somos y qué debemos sacrificar para dejar de serlo.

Publicado en El Norte de Castilla el 28 de febrero de 2009

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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