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Roberto Carbajal

La aventura humana

El Sol y nosotros


El único dios incontestable es el Sol. Ayer, a través de los ventanales de la iglesia de San Cipriano, se coló para brindarnos una muestra de cuán grande es su influjo sobre quienes lanzamos loas a su soberbia omnipresente.
La muestra musical que cerró la séptima edición del festival centró su exposición en la relación del astro con la especie humana y su inspiración en los sentimientos, culminando siete conciertos en los que el recorrido coherente desde las sombras, los planteamientos que trataban de eludirlas y la eclosión de la luz como manifestación excelsa del arte pusieron el colofón a un discurso cargado de emoción. A ‘Les Paladins’ les fue encargada la difícil tarea de culminar esa filosofía, aquilatada bajo el lema ‘Ave Lux’. Cumplieron a plena satisfacción con esa misión, interpretando con mesura unos bellos textos en los que la protagonista fue, una vez más, la palabra, interiorizada y musicalizada sin invasiones. El Sol y los mortales frente a frente en ‘La predica del sole’, con las voces y los instrumentos alejados de protagonismos incontrolados, plenos de sensualidad, y que a lo largo del programa fue desarrollándose metafóricamente como un culto a la divinidad religiosa pero zafándose hábilmente de ella, revestido de un dechado de administración responsable para no desviar el mensaje que se transmitía. Los cantantes y el conjunto de los instrumentistas constituyeron todo un ejemplo de lo anterior. Fueron todo expresividad, coherencia y cordura. A pesar de la capacidad de poder trazar con más energía todo el ornamento latente a su alcance, un cromatismo sonoro contenido eludió dotar de énfasis religioso a un texto disfrazado de esa esencia. En la pieza de Marazzoli laten intrínsecos la piedad y el pecado en su visión del repertorio, pero lo que quedó de manifiesto en este viejo auditorio fueron la relación telúrica humilde con lo inalcanzable, cuya esencia fue entendida a la perfección por ‘Les Paladins’, premiados con aplausos cargados de complicidad por manifestarse como súbditos humildes y tañedores de una extraordinaria calidez.
Publicado en El Norte de Castilla el 30 de marzo de 2009

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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