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Roberto Carbajal

La aventura humana

Campo y lágrimas

Dame un manojo de puerros de tu huerta y verás qué purrusalda te hago. El bacalao lo pongo yo, porque aún no se cría en tu acequia. Con una sentencia conciliadora puedes mantener una conversación con un agricultor y salir de su explotación indemne. Pero no te metas en honduras, porque si no al tipo se le hincha la yugular. Estoy de acuerdo con nuestra gente: les pagan una miseria. Y el sector lácteo es la leche, por eso van a los centros del poder a llamar la atención y no a repartir. A cualquier bien nacido debe preocuparle lo que les suceda a los hombres y mujeres que nos dan de comer viandas tan espectaculares como esquivas. Les asiste toda la razón a los productores de lácteos: que les paguen 25 céntimos por litro es una ofensa a su esfuerzo, porque el coste es mayor. Y así podríamos seguir hasta la contraportada de este diario. Otra cosa es lo que de verdad hace nuestro campo para enjugar sus lágrimas. Que un grupo de personas vuelquen cántaros por ahí, me parece bien. Si regalan tomates en temporada, mejor. Pero resulta insoportable asistir al cainismo y la falta de sintonía entre agricultores y ganaderos, víctimas de esos cánceres incurables y politizados que son las organizaciones agrarias, causantes en buena medida de la metástasis del sector. A los dirigentes sindicales les encanta viajar. De vez en cuando, que suele ser a menudo, abandonan nuestras fronteras para ilustrarse ‘in situ’ de la gestión de esto o aquello. Regresan embobados por la forma en que muchos de sus colegas estadounidenses siembran el maíz, lo recogen, lo procesan en su nave y sale envasado en forma de palomitas para el cine. Lo cuentan y quienes les escuchan se lamentan entre dientes. Pero nadie cambia luego de tutor. Asajos, coágenos, upadancers y demás familia, todos remando en la misma dirección, que no es otra que los cuatro puntos cardinales y sus variables, respectivamente. Caso aparte son las cooperativas agrarias, centros de poder y de buenos empleos que se parecen más a un avispero que a una empresa que defiende los intereses de alguien; algo así como las cajas de ahorros, para entendernos. Finalmente, quien paga el pato es el agricultor sencillo que sólo desea vivir de esto y que sus hijos no abandonen el pueblo que les vio nacer. Todo son baratijas en estos dos sectores, emulando a uno de sus sindicalistas bautizado para más inri como Pedro Barato, perteneciente a un sindicato politizado como los demás y del que forma parte gente que vota tradicional en Castilla y León; y en la acera de enfrente, los otros. Si alguien recobrase el juicio y creasen centrales de venta de todo lo que se menea en nuestro campo; si apostasen por la ecología ya, pusieran en la calle a los indeseables y arrinconasen a los especuladores, todos dejaríamos de llorar. Mientras, la culpa, a Europa. Tantas lágrimas no sirven ni para regar medio celemín de tierra.

Publicado en El Norte de Castilla el 18 de abril de 2009

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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