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Roberto Carbajal

La aventura humana

La SGAE, un ejemplo de cómo explicar mal todo lo que toca

La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) le ha dado una vuelta de tuerca a la mala imagen de la que goza entre el común de los mortales. Y todo por no atesorar entre sus virtudes la de la didáctica. El pasado mes de abril se celebró un concierto benéfico con el fin de recaudar fondos destinados a la investigación del mal de Alexander, que tiene contra las cuerdas a Juanma, un niño almeriense de cinco años para quien el reloj avanza, pero hacia atrás. Estos fondos corren que vuelan a las manos de un científico americano que está desarrollando varios fármacos que podrían salvar al chaval.

El cantante David Bisbal se ofreció a cantar gratis. Un representante de la SGAE se puso en contacto con los padres del crío para reclamarles 5.000 euros en concepto de derechos de autor. La familia tuvo que desembolsarlos antes de la celebración del evento, en el que se recaudaron 50.000 euros. La Sociedad esgrimió como argumento que Bisbal no es el autor de las canciones que le han convertido en una celebridad, así que, señora, ha de pasar por caja porque no tenemos noticias de que esos autores quieran que de todo el tinglado no se lleven un solo euro.

Todo este lío lo metes en una coctelera y en programas del corazón y telebasura a la carta, le añades una pastillita de sensiblería y es fácil que toda España se ponga al lado de los buenos, condenando a la SGAE a trabajos forzados.

El gran problema de la SGAE es que no explica bien a la sociedad española de qué va su trabajo. A todo esto hay que añadir que cualquier internauta ve normal que se pueda piratear música u otro tipo de creaciones sin pagar un duro.

Suena horrible, pero la SGAE tiene toda la razón en velar por los derechos de sus representados. Pero hasta que en las Administraciones y en la ciudadanía no cale el mensaje de que bajarse música sin pagar es un robo no se llegará a un acuerdo.

Como han perdido la batalla mediática, la SGAE ha emitido el siguiente comunicado, en el que dicen que no devuelven la pasta pagada por la familia, sino que la donan. Supongo que lo harán tras haber recibido el consentimiento de los autores de las canciones, de quienes nadie ha hablado hasta ahora.

El comunicado dice lo siguiente:

“La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) procederá a realizar, con cargo a sus gastos de gestión, una aportación voluntaria por un importe equivalente a los derechos de autor (5.629 euros) recaudados con motivo del concierto benéfico a favor del menor Juanma López Fenoy, aquejado del Síndrome de Alexander, que se celebró el pasado 25 de abril en el Teatro Auditorio de Roquetas de Mar (Almería).

La actuación de la SGAE ha sido absolutamente respetuosa con la Ley de Propiedad Intelectual, que no permite la concesión de licencias gratuitas. Los socios de la SGAE creen en el derecho de autor solidario y responsable.

Como se ha hecho en múltiples ocasiones, la solidaridad de los creadores hubiera sido posible si, con el tiempo suficiente para gestionarlo, los autores del repertorio interpretado durante el concierto hubieran podido optar por la cesión gratuita de sus legítimos derechos.

De ese modo, esta polémica se habría evitado. Los socios, los órganos de gobierno y los trabajadores de la SGAE desean el pronto restablecimiento de Juanma López Fenoy y se ponen a disposición de su familia para cuantas actividades realicen conducentes a poner fin a la enfermedad que aqueja al menor”.

Y ahora el toque folclórico, cuando no estúpido. Rafael Hernando, diputado por Almería en el Congreso, ha calificado a la SGAE de “auténtica banda de sanguijuelas, chupones y golfos recaudadores”. Viniendo de un político de altura como él, sus palabras son un tratado de conocimiento y catarsis interna, que tal vez le sea prescrita algún día en beneficio de toda la sociedad. Debemos perdonar a esta criatura, porque no sabe lo que dice y sus palabras no están sometidos a derechos, aunque, quién sabe, quizá sí al rigor del Derecho ante un tribunal de Justicia.

(Para dejar más clara mi postura sobre este asunto sgaeiano, permitidme que añada un artículo que escribí para la edición impresa de El Norte el 26 de mayo de 2007.)

Autores y desechos

Robar está tan mal visto que puedes ir a la cárcel. O no. Si a alguien se le ocurre irrumpir en una tienda y llevarse un producto bajo el sobaco está infringiendo una ley, aunque si lo sustraído es un cachorro de caniche no vulnera una, sino más de dos, incluida la de la compasión. En esto está de acuerdo la gente decente, incluso si asaltado y asaltante disfrutan de cuentas bancarias en las que la corriente es la del ladrón. Esta forma de ver las cosas es la más extendida, pero hay actividades de la propiedad privada que comparten una visión un tanto singular de entender los derechos de los otros. Y es que la letra pequeña es como ese caballo de Troya que entra en nuestras vidas y que luego nos produce quebraderos de cabeza. Sirva como ejemplo la que aparece impresa en un cedé de música. El texto nos informa de que el contenido de ese pedazo de aluminio es para uso exclusivamente privado y no podrá ser reproducido públicamente sin incurrir en responsabilidades legales. Esto nos conduce a que al comprarlo establecemos un contrato con los propietarios de los derechos de esa obra. Así son las cosas, pero a la gente le cuesta asumirlas y constituye todo un misterio.

La SGAE, esas siglas que pronunciadas suenan a un vocablo pijo, se ha convertido en el Coco de los bares. La actividad legal de estos negocios es la venta de bebidas, aunque sería una estancia un tanto sórdida si no fuera por ese jugador número doce en que se ha convertido la música de fondo o la omnipresencia de un televisor, que retienen al cliente más allá de lo que se tarda en apurar un trago de forma razonable y cuyo amable runrún le incita a tomarse más de dos. Pero a los hosteleros les cuesta encajar que deban pagar por tener un equipo de música alimentado de grandes éxitos. Es cierto que la Sociedad General de Autores y Editores no se granjea la simpatía de la gente. Esta entidad privada contempla cómo sus asociados han visto disminuir sus ingresos por la piratería y han tomado la calle de en medio cabreando a media España implantando una batería de medidas tan injustas como la que grava la compra de un disco virgen para uso personal, con independencia de que vaya a ser destinado a copiar en él la biografía de un butanero. Otra cosa es la forma en que este ente gestione los derechos y cómo los paga, batalla que habrá de librarse intramuros. Cualquiera en su sano juicio clama justicia ante un atraco a una joyería o a un banco, más en la primera, por lo redundante. Si un día a los músicos no les queda otra que dedicarse a servir chiquitos en una tasca o a vender mascotas no nos quedará otro remedio que silbar por las calles aquellas viejas melodías almacenadas en nuestra memoria. Ya no habrá nadie que tenga la ocurrencia del chiste fácil en el que se alerte de que lo hagamos a escondidas, no vaya a ser que alguien de la SGAE nos reclame derechos de autor por no hacerlo en la intimidad. Y la echaremos de menos.

Publicado en El Norte de Castilla el 26 de mayo de 2007

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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