Vamos a desengrasar un poco de tanta pasión y de tanto espíritu falsario. Vean la belleza de esta secuencia y reconcíliense con la Naturaleza. Somos muchos los seres humanos que tratamos de vivir en armonía con quienes nos rodean, pero no nos dejan. Hoy he mirado alrededor de la actualidad y he comprobado que hay muy pocas cosas que merezcan la pena. Vulgaridad, falsedad, estupidez, palabras vacías y una extensa gama de calificativos que he preferido ahorrarles. Les propongo que olvidemos por un momento el debate político, la bronca, las cuestiones que atañen a la moralidad y abramos la ventana que mira en dirección al monte. Los seres humanos suelen decepcionarte; los animales, nunca.
Así que vamos con el experimento. Me ha parecido adecuado colocar esta secuencia con cierto aire de prosopopeya de la película El Oso (1988), del realizador francés Jean-Jacques Annaud. Annaud tardó varios años en concluir esta obra, algo lógico si tenemos en cuenta que los efectos especiales de la época se resumían en paciencia, paciencia, dinero y la paciencia infinita del productor.
En el transcurso de las imágenes, veremos a un puma queriendo dar caza a Youk, un osezno que se queda huérfano después de que su madre muriese aplastada, y todo por un panal de miel. Durante su aventura en solitario, el osito es adoptado por Kaar, un imponente ejemplar de oso Kodiak que se convierte en su primo de Zumosol particular. El final de la secuencia tiene cierta gracia, pero les confieso que también se me saltaron las lágrimas.