No se puede tener todo: un cargo guay e inteligencia. El director de TVE, Javier Pons, despreció la que se supone que late en el fondo de España, nuestra casa. Ayer trató de explicar lo inexplicable, es decir, la censura latente que los ciudadanos percibieron durante la retransmisión de la final de la Copa del Rey. Pons ha contado que “destituyó” a Julián Reyes, jefe de la sección de Deportes. (En la imagen, a lo Nadal, con un premio TP por su trabajo durante los Juegos Olímpicos de Pekín. Allí trabajó bien, pero no pensó; eso lo dejó para su regreso a España. Pobre… Y, además, se apellida Reyes.)
Despidos ficticios al margen (en el izquierdo, Javier Pons, ‘boss’ de TVE), el director de la Española dice haber promovido una investigación interna para depurar responsabilidades. Es decir, primero, te despido; luego, investigo. Javier Pons viene de El Terrat, la productora de Buenafuente. Antes Pons nos hacía reír; ahora, llorar, por resumirlo un poco.
Cualquiera en su sano juicio hubiera tenido planificada la estrategia a seguir, cuando estaba anunciada la manifestación antiespañola en el campo de Mestalla. A Pons le estalló el escándalo en el despacho, mas la tranquilidad pasmosa con la que compareció ante los medios de comunicación no dejaba lugar a dudas. Pero su jefe en la Corporación pública es de su misma cuerda; aquí, paz y, después, gloria.
No ‘tengo’ dudas sobre el asunto de la Copa, las que ingerimos más tarde y de todo lo que nos impelió a que nos las tomásemos. Mucho tiempo atrás, latía en el ambiente una atmósfera que convergía en el punto de la final de marras. Los observadores de la actualidad previeron que sectores nacionalistas de las hinchadas de los dos equipos escribiesen el libreto, compusieran la música y contratasen a los figurantes. Así que, todo quisque, manos a la obra. No se contó con un fleco nada despreciable: la aclamada improvisación española. Este extremo es esencial para entender todo el cotarro.
Todos los implicados eran conocedores de lo que iba a suceder en el estadio del Valencia C.F. Pero lo dejas para mañana y Dios proveerá. Dicen que Dios está “en todas partes”. El Pirulí de Madrid vuela alto, aunque no lo suficiente como para alcanzar a semejante deidad. Pons camina por los voladizos y resbala cuando quiere.
Tengo un grabador de vídeo VHS de los de toda la vida. El martes me jugó una mala pasada y se jodió, para qué vamos a decirlo de otro modo. Como soy previsor, tuve un plan B: tomé una cámara de vídeo y grabé aquella basura directamente del televisor, de ahí que el sonido no sea muy bueno, por lo que pido disculpas. Lo colgué en YouTube al concluir el partido y, ¿pueden creerlo?, 20 horas más tarde, fue visto por de 3.300 personas.
Te da por pensar y estropeas los planes que tenías para el día siguiente. Teorías de la conspiración al margen, me llamó la atención el comentario del redactor desplazado al campo de San Mamés cuando TVE la pifió, mientras sonaban los acordes del himno nacional. Contemplen la secuencia y juzquen si había consigna o no.
He incluido el minutaje porque es importante. Torrespaña da paso al periodista desplazado a San Mamés, 0.10″. Dice David, que es como se llama la inocente criatura, y que nada tiene que ver con quien abatió a Gotiath: “‘San Mamés’ se viene abajo coincidiendo con la salida de los jugadores al terreno de juego. Más de 32.000 seguidores esperan ansiosos el comienzo del partido, que podrán seguir en directo a través de las seis pantallas gigantes (…)”.
En este punto yo aún no estaba borracho, pero comenzaba a tambalearme; es la naturaleza humana. La versión corta del himno dura 52″, cuando David se arrancó a hablar; un pelín distinto a Zarathustra, pero habló. Los dos presentadores del previo en Torrespaña contemplaban la Cosa ante un monitor múltiple en sus narices, casi tan cerca como el realizador del programa, quien era supervisado por el director del mismo, habilitado para cortar y pegar. Aun así, dieron paso al pequeño David; luego, a Barcelona. Nadie interrumpió al probe David, que disfrutaba con su onda. El follón ya se había consumado. ¿El resto? El resto es una serpiente primaveral.
Por cierto, el periodista enviado a la zona caliente catalana se llamaba Moisés (en hebreo, “Salvado de las Aguas”; en este lío, ahogado). Todo muy bíblico. Como para creérselo.