>

Blogs

Roberto Carbajal

La aventura humana

Los huevos de España

Freír un huevo entraña su dificultad. Parece fácil: sólo calentamos el aceite y tiramos a lo bestia el pollo que no llegó a serlo. Pues no lo es. Para gustos se han frito los huevos. El truco lo ha explicado hasta la saciedad Lucio, famoso por el restaurante que lleva su nombre y celebérrimo por sus huevos. Él sostiene que hay que darle bien de candela al aceite y que el producto sea de calidad. Luego, hay que armarse de espumadera y ya puedes cobrar un pastón por que alguien disfrute en ese templo del comer. A muchos nos gusta que los huevos fritos tengan puntilla pero, claro, sin sacrificar la integridad de la yema, pues a ver cómo mojas y disfrutas al mismo tiempo.

Salvando las distancias lo justo, España guarda cierta similitud con la freiduría y la avicultura, porque en nuestro territorio hacen la digestión unos pájaros de cuidado. No es cuestión de sacar la escopeta y abatirlos, como hacen algunos compatriotas, pero lo cierto es que en treinta años hemos sido incapaces de enseñarles a volar sin que defecasen sobre nuestras cabezas. El Estado de las Autonomías es un enorme restaurante en cuyas mesas se aposentan parroquianos de lo más variado. Coexisten el cliente que le pone la zancadilla a un camarero que lleva la bandeja cargada de platos y el comensal invisible que no dice ‘esta boca es mía’. También podemos encontrarnos en la sala a quien se conforma con que le den las sobras de los más afortunados. Y, por norma general, el más leal y educado acostumbra a ser el pobre diablo, un viejo al que la vida ha martilleado hasta la saciedad. En este perfil podríamos vernos reflejados muchos.

Cuando terminas de comer, café para todos; paga la casa. Pero aun siendo casi gratis, algún cabrón no quiere que el resto se lo tome a sorbos. Es un tipo de cliente glotón que suele hacer la digestión muy rápido y que dispara una perdigonada inmunda en el excusado del restaurante, para no manchar el de su casa, un refugio en el que no cabe ni un solo gramo más. El tipo ha comido a lo grande pero no deja propina. Sale por la puerta sin despedirse y, cuando el camarero le desea que tenga un buen día, el interfecto le mira con desprecio y se monta en el cochazo que le han regalado. Al día siguiente, regresa al establecimiento a quejarse, porque dice que la comida le sentó mal. Pide que le devuelvan el dinero y, en vez acceder, el dueño le invita a comer. El tipo sale a la calle y del automóvil baja toda la familia. Todos por la gorra, que es de balde. A las diez de la noche, los cinco se tiran sendos pedos sincronizados, que dejan en el ambiente un hedor amargo y humillante. El propietario del local se pregunta qué hizo mal, lanza ambientador y ni con ésas. La verdad es que aún está dándole vueltas al asunto. Yo le recomendaría que se mirase en el espejo un pelín y echase un vistazo en la cocina. Allí se encuentra la respuesta a tanta convulsión.

Publicado en El Norte de Castilla el 16 de mayo de 2009

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


mayo 2009
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031