Con la que está cayendo, ¿a quién le importa lo que pase en Eurovisión? Puede que a nadie, pero 8.500.000 españoles que padecieron el espectáculo del sábado parecen no pensar lo mismo. Yo no me lo tragué porque me horrorizan las desgracias, pero es incontestable lo absorta que estaba esa legión de espectadores para ver a la cantante que representaba a nuestro país en Moscú llevarse el premio a la mejor canción. La mala noticia no es que perdiese; el quid de la cuestión es cómo perdió.
Soraya es mona, para qué vamos a negarlo. Canta de un modo muy aparente, pero su oído musical deja mucho que desear. Si a eso unimos que el fraseo y la expresión vocal que aplicó a los compases de aquella canción nefasta eran de arrabalero con ambiciones pues tenemos ese puesto tan… honroso.
Antes, Eurovisión era otra cosa. Hasta hace relativamente poco, el nivel de los temas y el de la mayoría de los artistas mantenía el tipo. La música sonaba en directo. El país organizador desde 1956 tenía la obligación de contratar una orquesta. Luego el asunto se fue relajando bastante. Hasta 1972 toda la música que se ejecutase en el escenario tenía que ser tocada por los músicos aposentados allí. En 1973 se cambiaron las normas y se permitió añadir pistas de sonidos pregrabados, aunque era obligatorio que si un participante necesitaba una orquesta había que contratar una. En este punto, ya comenzamos a ir en la mala dirección. En 1999 volvieron a darle una vuelta de tuerca a la música en directo. El organizador de aquella edición, la IBA (que son las siglas en inglés de la ??????? ???????? hebrea (Rashùt Ha-Shidúr, es decir, Autoridad de Radiodifusión Israelí) le dio la puntilla a aquella buena costumbre de deleitarse con un amplio grupo de instrumentistas y a su director de turno acompañar a los elegidos para la gloria de cada país. La televisión pública israelí adujo que todo el tinglado tendría que ser enlatado, por razones de presupuesto. Yo nunca creí este argumento. Obedeció a un cabreo y punto. La razón era sencilla: en ediciones anteriores se había comenzado a vulnerar lo divino y lo humano de esta noble disciplina e Israel dinamitó el pastiche. En aquella época hubo quien expuso que el Estado hebreo estaba acumulando recursos económicos para una pequeña guerra contra Líbano. Los ataques se produjeron, pero quien conozca un poco aquella porción de Oriente Medio sabe que encontrar músicos solventes es muy fácil e incluso barato. Tanto cuajó la idea, que desde 2004 el reglamento prohíbe utilizar orquesta en directo. Y punto final.
Es verdad que con el paso del tiempo los gustos musicales se han ido a la deriva y entre la tontería y lo estrambótico se han comido el glamour del Festival de Eurovisión.
Capítulo aparte merece el sistema de votación. Afinidades culturales, políticas, etcétera. En este aspecto, el reglamento también ha ido acomodándose a la situación. Ahora priman los SMS y el público tiene la capacidad de votar en un 50%; el otro porcentaje restante lo ocupa un jurado profesional. Antes de la medida, existían demasiadas alianzas no escritas entre naciones de países del Este, que provocaban el arrinconamiento de otros bloques. En lo que concierne a los idiomas de los participantes, mejor no entrar. Da la sensación de que quieren vender discos cuando terminen de arrastrarse por el escenario, como valor añadido o premio de consolación. Estoy convencido de que si la canción es buena, no importa la lengua con que presente ante el público cualquier artista, porque te encandila y ya está flotando la magia sobre el patio de butacas.
El certamen necesita revitalizarse, por mucho que aún conserve una audiencia nada desdeñable. En vez de concurrir con canciones de consumo de mala calidad y adornadas de artificio escénico, debiera abrirse paso a la música en directo, con orquesta y con temas de verdad, retomar las buenas costumbres. En lo que afecta a España, tendríamos que rebuscar entre los compositores capaces de crear un tema, si no ganador, sí que pudiera aspirar a serlo. Ahondar en la esencia del Arte y apostar en esta dirección. Del mismo modo, elegir al mejor cantante; no a la chica mediática. Ensamblar las disciplinas artísticas para ser honrados con y por nuestro país. Pero ésta parece una misión imposible. En España se desprecia a la Música y a los músicos. Son las putas del rey de siglos pasados, listos para entretener entre bostezos. Cada vez que veo en la TV a un grupo de tipejos haciendo play-back me pongo enfermo.
No hay que olvidar que todo el tinglado cuesta dinero a la dichosa TVE, que es la que organiza aquí la ópera bufa. Las academias de las artes son un despilfarro y no hay más que echar un vistazo alrededor para comprobar que desde las instituciones se la desprecia de forma inmisericorde. En música, cero patatero. En descargas de canciones de consumo, los reyes del mambo. Hace cuatro años escribí un artículo sobre esta cuestión en la edición impresa, cuando este indolente blog no existía. Aquí está mi opinión. Como verán, en este post no aparece ni una sola imagen que lo adorne.
Cuando una partitura es capaz de subyugarte, las imágenes, colores y olores los aportas TÚ.
La concubina del rey
ROBERTO CARBAJAL
Es de difícil digestión: los conservatorios atiborrados de adolescentes y las salas de conciertos sin verles el pelo. Qué ha seducido a esa masa de acné a estudiar música es para mí un misterio. Quizá la veleidad de sus padres, el afán de un protagonismo inconfesable en la exigente prelatura de un grupo de amigos… Quién puede saberlo. El caso es que la tasa de abandonos también es digna de tener en cuenta, por ser ésta una disciplina que va más allá del mero intento de aprendizaje de un instrumento. Pero esas vacantes las ocupa carne nueva, y vuelta a empezar.
Ser músico nunca ha estado bien visto. Tal vez esta desviación poco lucrativa haya sido la que más sufrimiento haya infligido a quien optase por esa deriva artística siguiendo el aliento instintivo de su sensibilidad. Por contra, la pintura o la literatura han gozado de mayor reconocimiento, quizá debido a que el planteamiento sobre el lienzo o el papel resulten soportes algo más tangibles, obras a la vista que en el asunto del uso del lenguaje han sido perseguidas de oficio por ser éstas, en muchos casos, piezas de alto voltaje social. Pero a la música sin libreto se la ha dejado en su modesto rincón si no estaba ligada a las ideas políticas sospechosas o a la condición de los autores.
El poder nunca ha entendido más melodía que la producida por el ruido de los sables, el abanico del papel moneda o el griterío de las masas macilentas. La plutocracia ha venido utilizando al músico para que le alegrara la existencia. Iglesia, monarcas o nobles se han servido de esos pobres diablos para crear loas a Dios o alabanzas a sí mismos, mientras estos seres sensibles y desgarbados arrastraban su sombra romántica hasta dar con sus huesos en la noria de la Historia. Desde la placidez del hogar hasta el último rincón de la calle, la música está por todas partes. El anhelo de los más jóvenes por convertirse en estrellas del pop es una marabunta bolchevique que demanda el éxito instantáneo y que deslegitima la esencia artística de un oficio de aprendizaje tan colosal.
España es un fracaso palmario en educación musical. No hay más que echar un vistazo para comprobar que las orquestas sinfónicas españolas están invadidas por instrumentistas centroeuropeos, que aquilatan la herencia en este terreno de las artes junto con la solvencia requerida para tener concurso en una formación de estas características. Sin ir más lejos, la Sinfónica de Castilla y León es un vivo ejemplo. De sus noventa miembros, más de la mitad provienen de aquellas latitudes y, en lo que respecta a los españoles que la completan, la otra mitad son compatriotas de otras comunidades, salpicados anecdóticamente de castellanos y leoneses en un número tan ridículo como intolerable. Por eso resulta cuanto menos extravagante la declaración de principios del Gobierno regional de asignarle el papel de pasear nuestra idiosincrasia allá donde quieran escucharla, porque cabe preguntarse qué repertorio compuesto en esta vasta tierra puede interpretar esta orquesta de aires contagiados del Telón de Acero, porque lamentablemente esta comunidad no ha visto nacer un tropel de compositores dignos de ser tenidos en cuenta. Balbucía la consejera Silvia Clemente en 2004 que la Sinfónica debía ampliar horizontes y dejar de ser una orquesta privada de uso casi en exclusiva de la ciudad de Valladolid, y pasearla de forma ponderada por el resto de las nueve provincias, pero salvo Burgos, Salamanca, León o Segovia nunca más nadie vio a esta agrupación sufragada con los impuestos de todos, actuando de un modo estable en el centro del poder regional y desaprovechando la formidable herramienta magnética que constituye llevar un violonchelo a las aulas y sembrar la cultura musical con mayúsculas en los pupitres desde la más tierna infancia, contacto con esta disciplina que no va más allá de martirizar al vecindario con la omnipresente flauta dulce en una mano y los compactos de Estopa en la otra.
Y es que tras el abulense Tomás Luis de Victoria sólo hay un páramo, y ya ha llovido en cuatrocientos años.
Publicado en El Norte de Castilla el 27 de mayo de 2005