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Roberto Carbajal

La aventura humana

El balón en el tejado

No descubro de nuevo América si afirmo que el fútbol pertenece a otra galaxia. Asistimos a la guerra del quiero eso ya y convendría reflexionar sobre cómo y por qué este entramado escapa al control de la Administración. No hay que echarle mucha imaginación para tomar un ejemplo y comprobar el agravio comparativo que sufre un empresario hoy en día con respecto al trato de favor recibido por esos microcosmos que dicen representar a muchas ciudades españolas. Si cualquiera de nuestros sufridos emprendedores no es capaz de afrontar sus descubiertos con la Agencia Tributaria o la Seguridad Social, los mecanismos del Estado despliegan su maquinaria y acaban con cualquier firma comercial. Con el balompié no sucede lo mismo. Los datos son rotundos: la Liga española ha contraído una deuda de 4.000 millones de euros, debido a la alegría con la que sus miembros se abalanzaban hacia los iconos de este deporte desvirtuado, producto de una época en la que las televisiones soltaban que daba gusto. En esta cifra se incluyen las reclamadas por las arcas oficiales, proveedores y los salarios no percibidos por los trabajadores de este lío monumental. Lejos de aplicar una política de austeridad, clubes como el Real Madrid continúan practicando temerarias estrategias de fichajes, en las que se habla de dinero con una alegría que te encoje el corazón. Nadie comprende cómo los gobiernos se declaran incapaces de pararles los pies a quienes a golpe de talonario arriman a estas entidades al borde del precipicio. Es difícil explicar por qué el Real Madrid, con un agujero de 550 millones de euros, puede permitirse transacciones de 65 por Kaká o de 93 por Cristiano Ronaldo. No existe lógica que lo desvele, habida cuenta de que en el pasado el mismo presidente utilizó idéntico capricho infantil y semejante codicia iconoclasta, que finalizó con un sonoro portazo. Mientras, los proveedores y las administraciones, a dos velas. Hace años estos equipos eran descendidos de categoría si sus compromisos no eran debidamente satisfechos. La medida fue erradicada y alumbró la Ley del Deporte, que permite a los clubes ubicarse en el limbo jurídico que más les convenga. Si la empresa que mantiene el césped de una urbanización no cobra, lleva ante el juez a los responsables de semejante dolo; con los reales madrides de turno, no. Desempolvar el viejo tercer grado de descender al moroso sería una solución para paliar tanta desvergüenza, cuando no prepotencia. Pero los gobiernos se acongojan sólo con pensarlo, entre otras razones porque la enorme masa social que enjuga sus miserias con este juego se echaría a las calles, como padecimos hace años con el Betis y el Celta, cuyas ciudades vivieron sonoras algaradas y alteraciones del orden público, obligando al Ejecutivo a recular. ¿Y qué sucedería si alguien modesto rompiese un par de piernas galácticas? Adiós, juguetes.

Publicado en El Norte de Castilla el 13 de junio de 2009

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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