Cuando te lluevan los homenajes, comienza a preocuparte. Una de dos: o te van a liquidar en sentido figurado o tu médico se ha ido de la lengua y eres el último en enterarte. No es el caso de Juan José Lucas, que ni está tumbado en la morgue política ni a él le satisfaría; digamos que disfruta de la nada y de un cargo de relumbrón. En esta ocasión, sólo le han hincado una medalla, la Medalla de Oro del Senado, una institución a la que accedes porque te ponen en una lista y alguien te vota; similar a lo que pasa si tu nombre va para el Congreso, sólo que en esta cámara los votos cuentan y en el Senado son un cuento caro e inútil defendido por todos los cuentacuentos que lo pueblan.
Ya tiene otra. El mes pasado, el Consejo de Ministros le concedió la Gran Cruz al Mérito Militar, con distintivo blanco, por su labor de colaboración con el Ejército durante sus tres legislaturas al frente de Castilla y León, nuestra humilde casa. Es decir, eres del PP, presidente de Castilla y León, conservador, leal a la Constitución y cuando hablas con los militares lo haces con normalidad… Pues no le veo el mérito, la verdad.
Con las medallas hay que tener cuidado porque, a poco que te descuides, tu americana tiene tantos agujeros que más que un homenajeado da la sensación de que has pasado por un pelotón de fusilamiento. Juan José Lucas es agradecido, pues dedicó la medallita a Castilla y León, tierra que tan feliz le ha hecho. Me impresiona la facilidad que tiene la pintora Irene Iribarren para retratar a las personalidades. Lucas parece un recién licenciado de Yale que acaba de heredar. Dejemos claro que el arte no tiene la culpa, porque una cosa es pintar y otra distinta es subyugar. Qué quieren que les diga, no formo parte de la familia de Lucas, así que desconozco si se muestra de este modo tan afable en casa con las zapatillas guateadas. Pero no hay que culpar a Juan José Lucas, porque las medallas van y vienen, y a esto se apuntan socialistas y todo el arco parlamentario.
En 2002 escribí un artículo sobre el personaje para la edición impresa de El Norte de Castilla. ¡Qué días tan plácidos, en los que aún no había cumplido los 40 e Internet iba casi tan lenta como hoy en día…!
El texto tiene connotaciones gastronómicas, lo advierto para que no se atraganten.
LA RECETA DEL VIRREY
Un virrey de polainas raídas disfruta del entorchado del poder en una especie de vergel a las afueras de Madrid. Sentado en un cómodo sillón, mira el futuro con optimismo, encantado de que los planes salgan bien.
En 1989, durante una comida a la desesperada con Fraga Iribarne, apostó con energía por un político gris, un inspector de la Hacienda pública que durante algún tiempo gobernó Castilla y León. Cuentan las crónicas que el regidor gallego, descorazonado por no ver clara la culminación de las ideas conservadoras en España, comía las gambas del menú sin pelar, mientras el hagiógrafo soriano narraba la idoneidad del inspector fiscal para catapultarse hacia el Palacio de la Moncloa. En una huida hacia adelante, la apuesta cuajó y, algún tiempo más tarde, el hoy presidente del Gobierno consolidó un partido desmoralizado en una fuerza política sin aparentes fisuras.
Durante su virreinato castellanoleonés, el mentor Lucas gobernó su predio con mano de acero. Es éste un territorio eminentemente agrícola y, como el poeta Virgilio, las preferencias de Juan José Lucas hacia sus administrados tendían más hacia la dedicación a esas nobles y bucólicas tareas que a propugnar la modernización de un territorio anclado en el feudalismo. Su discurso político giraba en torno a un ideario sin ningún fundamento del que emanó su aportación más creativa, “vertebrar la Comunidad”, una sentencia que ni los más avezados exégetas consiguieron descifrar nunca y que todavía da vueltas en su dulcificada y confusa cabellera.
Pero Castilla y León se le quedaba pequeña. Su pensamiento estaba casi siempre en Madrid, en donde sus polainas podrían adquirir cierto lustre; tal vez sea por eso por lo que nunca alcanzó a pronunciar correctamente el nombre de esta Comunidad, utilizando términos tan cercanos al acróstico como ‘Castileón’ para hablar de sus dominios, probablemente debido a esa prisa por perderla de vista cuanto antes. El tiempo pasaba y Lucas dotaba a su parcela territorial de la consistencia del algodón de azúcar que con tanto deleite disfrutan los niños en las ferias, haciéndonos creer que la realidad paralela es el mejor de los escenarios posibles. Mientras, paseaba por sus dominios acompañado de sus mesnadas. Visitaba a sus súbditos sumidos en su ‘ora et labora’ cotidiano, adornando sus incursiones con una cohorte de reidores que proyectaban hacia el infinito su excelsa figura.
De todos los beatos que emergieron de esta tierra, Lucas optó por encabezar la delegación que hace algún tiempo sentaría en los tronos de Roma al palentino monseñor Rafael Palmero, apellido que resulta evocador de su auténtico carácter y vocación. En 2001, Juan José Lucas vio coronado su sueño de verse rodeado de la corte del Reino y José María Aznar, por fin, le pagó en especie. Durante la toma de posesión, su palmerismo arrancó un discurso que ya se ha convertido en un clásico del agradecimiento humano: “Vengo a poner mi voluntad al servicio del proyecto político que se llama José María Aznar y que encarna personalmente él”. Estas palabras, dichas en democracia, no dicen nada pero explican absolutamente todo.
Aficionado circunstancial a la gastronomía, desde el Ministerio de la Presidencia cocina los afectos hacia el pequeño emperador europeo desde su marisquería del CIS. Esa asociación carismática le permite no perder de vista lo que sucede en su parcela de la Meseta y disfruta de un más que honorífico ‘reinamadrismo’ para estar al día. Aquí cuenta con algún pseudogobernador aliñado con pomada que vigila con atención esta isla en mitad del progreso, quién sabe si asaltado por visiones catastrofistas que pudieran traerle de nuevo con todos nosotros.
Lucas cree ser amante de los cangrejos del río Duero, y dice deleitarse comiéndolos regados con un buen vino. ¿La receta?: “Cangrejos de río en salsa”. Los ingredientes: Un kilo de cangrejos, medio kilo de tomates maduros, una cebolla grande, dos dientes de ajo, una guindilla seca, un vaso de vino de Rueda, aceite de oliva virgen y sal. Modo de cocinarlos: Saltear los cangrejos en una sartén y sofreír con la cebolla picada y los ajos. Incorporar a media cocción el tomate triturado, remover, echar la guindilla y, limpios, se vierten los cangrejos; rehogar, salar y añadir el vino. Cocer cinco minutos y servir caliente. El truco: Que los cangrejos sean del río Duero (supongo que del tramo limpio). Todo un carácter.
Mientras Lucas disfruta en Madrid, en Castilla y León gobierna un civil, de quien aún no sabemos sus apetencias culinarias, pero quienes han visto cómo compra cuentan que su estilo se centra en la cocina casera y en la magia de la multiplicación de los panes y los peces.
Publicado en El Norte de Castilla el 16 de mayo de 2002