Antes a los españoles se nos llamaba así, y era bueno. Luego pasamos a ser ciudadanos, como los franceses, y parecía que todo sería mejor. Ahora nos llaman consumidores, que viene a ser una especie de nacionalidad cuya capital no es Madrid ni París, sino el jardincillo interior de las grandes superficies. Estos espacios son territorios en los que los sueños se hacen realidad con el arma mortal de la tarjeta de crédito. Consumolandia no está reconocida oficialmente por la ONU, aunque todos en aquella sede le guiñen el ojo. Antes de que estos paraísos impersonales se convirtieran en la meca del consumo, la gente se llevaba a casa lo necesario comprándolo en la tienda de la esquina o en el mercado central. Allí se conocía todo el mundo y además, si querías un yogur, acertabas a la primera. En aquellos anaqueles brillaban las marcas ‘de toda la vida’, las mismas que aún conviven entre nosotros.
Con el advenimiento de la compra desaforada que trajeron consigo los grandes espacios, las baldas se poblaron de productos que ya formaban parte de nuestra despensa de siempre, alimentando a varias generaciones. Pero sucedió que las distribuidoras del sector vieron la oportunidad de penetrar en el comercio con manufacturas de etiqueta propia, la denominada ‘marca blanca’, con la idea de competir contra lo establecido. Ocuparon su espacio en los estantes y se dieron a conocer. La gente se enganchó al precio y la idea cuajó. Su presencia vigila los pasillos y se han abierto un hueco en el universo del consumo. Por eso ahora, con la que está cayendo, no extraña la campaña que han emprendido un grupo de empresas ‘de siempre’. Promarca, que así se llama la sociedad, sostiene que las ‘marcas líderes’ invierten muchos recursos en investigación, innovación y calidad, redundando en beneficio del sufrido consumidor. Afirman dar empleo directo a medio millón de personas en España y tres veces más de forma indirecta. Representan el 5% del PIB y en su ideario no sólo se defienden a sí mismos, sino que piden que su presencia en las secciones del súper goce de las suficientes garantías para que quien vaya a llenar la despensa pueda elegir. Han iniciado una campaña publicitaria en la que ponen negro sobre blanco y todos hemos visto algún anuncio con el eslogan ‘X no fabrica para otras marcas’. Puesto que las grandes superficies se establecen mediante una licencia de la Administración, la presencia de las ‘marcas líderes’ debe ser garantizada, en sana competencia con la ‘marca blanca’, que también genera empleo en nichos en los que antes nadie puso sus ojos. Arrinconarlas o no ubicarlas juega en contra de la libertad de mercado. Competir ajusta el precio y pone las pilas. Aunque la última palabra la tienen los españoles, ciudadanos, consumidores o como quieran bautizarnos la próxima vez.
Publicado en El Norte de Castilla el 12 de septiembre de 2009