A Juanes quieren cambiarle el color de su famosa camisa. Grupos extremistas cubanoamericanos han amenazado de muerte al artista colombiano por impulsar el concierto que mañana se celebrará en La Habana, al amparo de la plataforma Paz sin Fronteras. En Cuba no hay más dios que Fidel y la malograda Revolución, producto de la traición que la saga de los Castro infligió al pueblo con la milonga de salvarles del dictador Fulgencio Batista. De un sátrapa a otro. A los cubanos sólo les hace permanecer en pie la creatividad culinaria y el brío caribeño, y dejemos a un lado el advenimiento de tiempos mejores. El acceso a la cultura extranjera está controlado por las autoridades y la extrema derecha del exilio insular en Florida ha percibido que el evento musical constituye para el régimen un balón de oxígeno. Resulta grotesco el hecho de que esto pueda ser así. La filosofía del acto planea en torno al acercamiento cubano de ida y vuelta allá donde se encuentre. Los cientos de miles de personas que disfrutarán de la música en la plaza José Martí harán estrictamente eso: saborear música en directo. Punto. De igual forma, sería ingenuo pensar que cuando se apaguen los altavoces cambiará algo en la isla o unas cuantas millas al oeste.
Durante el franquismo, numerosos artistas españoles pasearon por todo el país canciones que reivindicaban la libertad. Muchas de ellas podrían ser sometidas a una exégesis nada aventurada. Ejemplos sobran. Sin ir más lejos, Cecilia y su ‘Amor de medianoche’, en la que bajo la cobertura de una pieza que en apariencia hablaba de amor, transitaba un mensaje reivindicativo sin ambages. O la celebérrima ‘Libre’, de Nino Bravo. Rescaten las letras de estos dos ejemplos y lo comprobarán. Todas ellas, éxitos de ventas en aquella España detestable y oscura, en la que la censura era burlada sistemáticamente con el arma de la creatividad. No tengo ni idea del repertorio que expondrán mañana Miguel Bosé, Silvio Rodríguez o Luis Eduardo Aute, o si contendrá mensajes que causen indigestión; de lo que estoy seguro es de que las cosas en Cuba no van a cambiar ni un ápice a causa de unos cuantos acordes. Hay quien pretende que a los ciudadanos de aquel país se les prive también de algo tan extraordinario como tener cerca a pequeños dioses y gozar de sus melodías. Tal vez ese día no se hayan llevado a la boca un menú decente. Al menos la música alimentará su espíritu y privarles de esa necesidad sería la puesta de largo de la necedad más abyecta. Es cierto que el estribillo del cantante argentino Luis Aguilé ‘cuando salí de Cuba dejé mi vida, dejé mi amor (…) dejé enterrado mi corazón’ tenía contenido. La camisa de Juanes debe mantenerse tan negra como las notas de un inocente pentagrama; la esperanza del pueblo de Cuba, verde esmeralda.
Publicado en El Norte de Castilla el 19 de septiembre de 2009