La Palabra no se siente amenazada mientras el ser humano no destruya el planeta por completo. Otra cosa es el martirio al que la someten la perversión del lenguaje, la interpretación torticera de sus reglas o la revolución tecnológica. Aún no me he vuelto loco, pero he llegado a pensar que existe una conspiración en toda regla contra la letra impresa, porque me siento incapaz de llegar a otra conclusión. Hay gente que atenta contra el diccionario hasta cuando habla y algunos se topan con palabras que les caen en gracia hasta atropellarlas. La otra tarde estaba sufriendo un partido de fútbol en un bar. Junto a mí, un tipo con una formación académica media chillaba al árbitro. A medida que pasaban los minutos, aquel hooligan puso en circulación toda su adrenalina. Se quejaba de que el juez actuaba con chulería y prepotencia. En la segunda parte creyó ver gol, pero el balón no entraba. Con la urbanidad bajo mínimos, repetía “árbitro, preponderante; que eres un preponderante”. El término entró un día en su vida y llegó para quedarse. Ni la prepotencia del árbitro ni la suya al finalizar el choque me dejaron apurar mi cerveza, porque todo comenzó a calentarse en aquel espacio infernal.
El concepto verbal de un futbolero me trae al pairo. Lo que chirría es abrir un periódico o encender el televisor. Me he preguntado mil veces quién diablos reparte el mazo ortográfico. Debe de ser un alumno aventajado de Torquemada o quizá un ignorante con un sueldazo. Y en esta historia no se libra nadie. En los diarios las tildes van y vienen. Están danzando por ahí a lo loco, a la espera de que alguien les dé acomodo. Y se te saltan las lágrimas si pones el ojo en un panfleto deportivo. Pero los programas de televisión se llevan la palma. ¿Quién se encarga de los subtítulos? ¿Acaso es un humorista trastornado o un inquisidor recalcitrante? Las cadenas y sus contenidos machacan alegremente la riqueza de nuestro idioma. Las reglas de acentuación en la mayoría de los espacios televisivos funcionan como sigue. Un tipo se levanta y convoca un cónclave. Dice a sus esclavos que tiene cien tildes para un grupo de palabras que han de ser visualmente marcadas. Abre la ventana, pide a las bestias de la ortografía que las recojan y las repartan a lo largo del día. Creo que es algo así, no hay otra. Gozo con una empresa que vela por que esos ‘acentos’ se ubiquen en su sitio. El editor de La Sexta, Jaume Roures, fue linotipista, como yo. Era un oficio que marcaba si lo adorabas, pero te hacía vulnerable. Roures es rico porque leyó entre líneas algo que a mí se me escapó.
Les invito a rendir un pequeño homenaje a algunas de las palabras damnificadas. Vitoreen a aquello, Luis, imagen, esto, Saiz, Ruiz y a tantas otras. Ah, permítanme que no me olvide de la pequeña y frágil ti, a la que suelen coronar con una pesada carga que me provoca una dolorosa conmoción.
Publicado en El Norte de Castilla el 24 de octubre de 2009