En España no hay dios que respire aire fresco. Dondequiera que rasques emana un tufo insoportable de corrupción y alegría en el manejo del dinero público. Aquí no se libra nadie. Políticos, constructores, destructores, el mundillo cultural o quien aún maneja una báscula romana. En un mercado de abastos tradicional te pesan las cebollas en un artilugio que se tambalea favoreciendo siempre al hortelano. Luego te suelta que ni pa’ ti ni pa’ mí y todos tan contentos. A los jueces se les agolpan los chorizos y las comedias de situación. El pirata que no tiene edad, los ladrones catalanes VIP, los altaneros de la política que se lo llevan en crudo, los marquesados de las cajas de ahorro; las humoradas de Aznar, el sinsorga de Rajoy o la depredación arácnida de Aguirre. Son tantas las causas abiertas en la malhadada actualidad patria que te dan ganas de coger los trastos e irte a vivir a las Antillas Holandesas. Desconozco la idiosincrasia del lugar, pero estoy seguro de que uno se conforma con abrir un periódico y no toparse con titulares como los que sufrimos aquí.
España demanda oxígeno, aunque da la sensación de que casi todo el mundo inhala un chute de helio, que te deja una vocecilla tan ridícula como estúpida. Aunque muchos no precisan de este gas para hacer el canelo. Nuestro país demanda a gritos una regeneración. No sabemos qué rumbo tomar y el mastodonte institucional que un día sirviera para insuflar un poco de libertad se nos ha ido de las manos. En los recovecos del poder suelen instalarse las sanguijuelas, únicas en el mundo. Perpetuarse en las instituciones impele inexorablemente hacia la corrupción del sistema. Ahora comprobamos con sonrojo que en el lío de meter la mano en las arcas públicas está implicada gentuza multicolor. Y es que a la hora de pagarse dos vidas venturosas todo quisque se pone de acuerdo. Los casos de corrupción que han aflorado conforman una ínfima muestra de lo que arropa el sustrato de la res pública. Cabe hacer una proyección similar a las estimaciones que emanan de las encuestas. Si entrevistan a cinco mil personas, el autor proclama que millones piensan esto, y el resto, todo lo contrario. Del mismo modo, si un puñado de casos han visto la luz, podremos colegir que una ingente masa de corrupción late en el conjunto del país. El problema es que no hay recursos humanos suficientes como para aventarlos todos. Es así de triste.
Si usted quiere una pensión digna, cotice los últimos quince años; un parlamentario, con muchos menos, la obtiene sin problemas. Otro hecho irrefutable es que en España no existe el derecho a la información. Todos los grupos políticos están de acuerdo y no sueltan prenda. Si no me creen, hagan la prueba y vayan a la Administración a pedir un papel que recoja en qué se gastan sus impuestos. Verán qué cara de tontos se les queda. Ojalá España oliese a ajo.
Publicado en El Norte de Castilla el 31 de octubre de 2009