Me lo envía indignada una chica de 21 años. Nacida y criada en Euskadi (ese territorio que desde muchos sectores reaccionarios denominan las Vascongadas). La llamaremos Sandra, por darle un nombre con el que manejarme. Desde su infancia estudió en una ikastola nacionalista. Habla perfectamente castellano y euskera, incluso sueña en las dos lenguas. Lo sé porque es mi sobrina y la he visto revolverse en sus pesadillas desde que tenía cinco años. Se siente española, vasca y viceversa, y no tiene remilgos en ponerse el mundo por montera. Le gusta viajar, conocer otras culturas y es una incondicional del pueblo de su abuela, un abandonado núcleo rural de esta inefable Castilla y León al que insuflan un poco de vidilla jóvenes sanos y sin prejuicios como ella.
Salvo algún incidente aislado protagonizado por alguna profesora de naturaleza estúpida, durante su educación no ha tenido problemas “por la lengua ni con los sentimientos”.
La convivencia en España sería mejor si la diversidad que la conforma desmitificase al otro. Del mismo modo que en nuestro país no todos somos toreros ni vamos por ahí cantando flamenco, en el País Vasco la población no pone el pie en la calle con el distintivo de terrorista de 8 a 3 de la tarde. Algo tan obvio no es asumido por algunos. La locutora de la cadena de los obispos Cristina López Schlichting no se lo cree. Y, si no se fían de mí, escuchen.
Fíjense en el tramo 1’07” de este vídeo. Aunque no está sola en esta cruzada, como se demuestra un poco más abajo con una selección de procacidades lanzadas desde nuestras queridas ondas radiofónicas.
Es el turno de los grandes éxitos de Isabel San Sebastián, que va de vasca por la vida, y que les hace un flaco favor a los que dice suyos. Y, sobre todo: aprecien cómo calcula de un modo muy afinado el porcentaje de indeseables.
El resto del coro…
En fin, Pilarín. Si la gente mostrase un poco más de empatía y los viajes no sólo se circunscribiesen del hotel a la playa y vuelta a empezar, España, nuestra casa, sería un lugar menos… ¿ruidoso? (siendo suave). Y esta reflexión sirve para los “cuatro puntos cardinales de mi España”, que cantaba Manolo Escobar.