Para convertirse en juez basta con nacer y aprobar la oposición. Nadie va a tomarse la molestia de indagar en que el candidato tontee con la estupidez o que piense que las lesbianas son como lagartas. El aspirante a juzgar a sus semejantes se mete entre pecho y espalda tal cantidad de puntos y comas, que algún día termina por brotarle un sarpullido en forma de sentencia atolondrada. No se trata de la clásica broma festiva. Un juez ha condenado a dos directivos de una cadena de radio a casi dos años de prisión e inhabilitación profesional por contar una noticia en Internet. Pueden creerlo porque hoy no es el día de los inocentes. El magistrado parece querer decir que Internet es una especie de entretenimiento que no va a ninguna parte, como el parchís, un juego en el que la gente se masacra con bastante saña. La Cadena SER colgó en su web la lista de setenta y ocho militantes del PP que se afiliaron irregularmente en Villaviciosa de Odón, en territorio Aguirre. Todo viene por los líos del ladrillo, la correlación de fuerzas y estos asuntillos que menudean por aquí. Lo habitual en esta España hormigonada. Pero el caso es que el juez que ha crucificado a los periodistas radiofónicos vive en los mundos de Alicia en el país de la Sopa de Letras. Se desprende de sus palabras que Internet no es digna de ser tenida en cuenta para contar algo más que chascarrillos. Sostiene esta extraña señoría que el derecho a la información sólo está cubierto si publicas algo en un periódico, en la radio o en la caja tonta. Añade el togado que la Red no es un medio de comunicación social en sentido estricto, sino que es universal. Tal cual, y se queda tan pancho. El matiz de ‘universal’ me ha dejado tan perplejo como el significado que tenga la palabra para este hombre. Puestos a dictar, el tipo muta y se lanza a dar clases de periodismo. Dice que “lo noticiable no era la afiliación de determinadas personas al partido, revelando sus datos, sino la mera denuncia de irregularidades”. La profesión periodística ha perdido un gran talento. Los grandes medios nacionales han aparcado sus diferencias y han arremetido contra la sentencia. Por una vez, se han puesto de acuerdo en algo que merece la pena preservar, como es el derecho a informar.
El Tribunal Supremo ha emplumado por prevaricación a Ferrín Calamita, un juez murciano de apellidos magnéticos y con ideas de polos que se repelen. Parece que sus padres se casaron adrede. Consulten el diccionario para saber el porqué. No tragaba con que las lesbianas adoptasen y, dándole vueltas al asunto, torpedeó el proceso. Las dos mujeres estaban casadas y querían ampliar la familia con una niña, pero la toga de este justiciero calamitoso apestaba a alcanfor. En los tribunales los jueces son como dioses. Hablan con una altivez que asusta y entender lo que redactan en una sentencia es una tarea hercúlea. Cuando caen en desgracia y les quitan el juguete, se te quedan en nada.
Publicado en El Norte de Castilla el 26 de diciembre de 2009