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Roberto Carbajal

La aventura humana

Chinos y no chinos

Para sobrevivir en este mundo no hay más remedio que aprender. En este aspecto, los occidentales somos ejemplares en la repetición de los errores del pasado. Nuestra adicción al yerro ha servido para que otros observasen nuestro reflejo tragicómico, mostrándoles cómo prevalecer. Antes los españoles creíamos que China estaba lejos, eran amarillos de ojos rasgados y que había muchos. Es indiscutible que conforman una población enorme; que su tez sea amarillenta, una necedad, y que estén lejos, un error de cálculo. Nuestra capacidad inventiva ilustró chascarrillos como ‘le engañó como a un chino’, un adagio tan provocador y arcaico que merece un revolcón. En nuestro país viven legalmente unos 150.000, pero los españoles perciben que están asentados varios millones, a juzgar por la forma en la que se expresan en el telediario. Forman parte de una civilización antiquísima, sorprendente y culta, pionera en ingeniería desde hace milenios, de la que Marco Polo contó cuatro cosas reales y mil falsedades. Cuando alguien no comprende algo dice que le suena a chino. Eso es simplificar las cosas, pues ese gigante disfruta de decenas de lenguas y dos mil dialectos. Si en una ciudad se asientan diez negocios asiáticos, no falta quien asegura ante las cámaras que han abierto más de cien y que nos están arruinando.

La codicia de muchos empresarios ha hecho de la deslocalización su bandera. Los salarios en China son irrisorios y compartimos generosamente con aquel régimen nuestros secretos industriales. Es decir, la regla de pan para hoy, hambre para mañana. Otro latiguillo: los negocios chinos pertenecen a las mafias y sirven para lavar dinero. En esta percepción convergemos: en la Meseta se blanquean los ladrillos con maestría. No estaría de más preguntar por qué se inauguran ciertos bares de copas tan alejados de la brisa marina.

No he visto a un solo chino tropezar en nuestras aceras. No engordan, caminan con pasos cortos, a saltitos, que es una fórmula magistral de avanzar. Parece que no se relacionan con nadie, como muchos españoles, pero están al corriente de nuestras debilidades. La realidad es que aquí nos sobrepasa tanto hermetismo. Sólo se limitan a decirte xié xié. O sea, gracias.

Publicado en El Norte de Castilla el 3 de febrero de 2010

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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