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Roberto Carbajal

La aventura humana

Un premio con lastre

Cuando a alguien le conceden una medalla a título póstumo significa que no tendrá que preocuparse por nada nunca más. Tal vez se disfrute en familia, aunque es difícil saber cómo y cuándo. Si te honran en vida y gozas de buena salud, todo marcha viento en popa. Otra cosa es que estés enfermo y viejo: amigo mío, o quieren empujarte o hay mucha prisa. Por fortuna para él, José María Aznar no se encuentra inmerso en ninguna de las variables anteriores. Ha sido siempre un tipo genuino y ahora resulta que, en el esplendor de su cómoda vida, comienza a escocerle un premio que anheló por los servicios prestados. El Tribunal de Cuentas investiga la legitimidad de los fondos que su Gobierno desaguó persiguiendo la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. El galardón nunca llegó a pender de su pecho, pero es una victoria moral a nuestro estilo.

Felipe González reflexionaba sobre la figura de los ex presidentes en España, a los que calificó de jarrones difíciles de ubicar. El tiempo ha demostrado todo lo contrario. Cuando dejan el cargo, dan una envidia de muerte: pensión vitalicia, memorias, conferencias millonarias, intermediarios de lujo en multinacionales y plutócratas que no olvidan los favores. Anda que no da de sí el dichoso jarrón. González cambió de vida en todos los aspectos y factura a lo grande. Pero para Aznar no es suficiente. ‘Zadock el sacerdote’ de Händel le parece propia de una charanga cuando suena en los partidos de la Champions. Él busca otro repertorio que acompañe su coronación, porque es una tableta de chocolate muscular y Jorge II está en los huesos, así que la música le entra por un oído y sale por el resto. Cuentan que hace dos mil abdominales (Aznar, no el rey inglés).

Aguardemos a que fallen sobre si fue buena idea contratar a un lobby para dar gloria a Aznar con dinero público. Las flexiones no serán capaces de enmascarar el origen de la pretendida medalla. No hay coloso que soporte peso tan formidable. Que se lo pregunten a los muertos de la antigua Mesopotamia, el lugar del que surgió la civilización. El Tigris y el Éufrates no llevan tanto caudal como para drenar semejante cantidad de sangre. Ni siquiera con el trasvase de grandes dosis de vanidad.

Publicado en El Norte de Castilla el 31 de marzo de 2010

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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